Hace unos días éramos testigos de uno de esos episodios bochornosos que nunca deberían suceder y, sin embargo, suceden. Y no en cualquier lugar, sino en la sede de la democracia por antonomasia, el Parlamento. Una diputada criticaba a una ministra utilizando como argumento el relativo a las relaciones íntimas con quien es el padre de sus hijos, otrora vicepresidente de gobierno.

No era la primera vez que le sucedía -apenas unos días antes ya se le dijo algo parecido- ni la única mujer que ha sido víctima de intolerables ataques machistas, estuvieran en el lugar que estuvieran en el espectro político. Sin necesidad de rebuscar mucho en la memoria, recuerdo ataques a Andrea Levy, a Inés Arrimadas o a la propia Manuela Carmena, a la atacaron por mujer y por mayor mandándola a fregar.

No obstante, e insistiendo en lo inaceptable de la situación, lo que no comparto es el nombre que se dio a esta actitud, violencia política. Y no la comparto no porque no sea violencia, que lo es aunque sea verbal, ni porque no se haya cometido en un entorno político, lo cual resulta obvio, sino porque al sustantivo le falta el primer apellido. Se trataría, en todo caso, de violencia de género política, porque se comete contra una mujer por el hecho de serlo. Y este matiz es tan importante que de no tenerlo en cuenta, se nos podría dar la vuelta a la tortilla y darnos de bruces con los negacionistas de la violencia sin género. Podrían aplicar el término a cualquier ataque a cualquier político y nuevamente veríamos invisibilizado todo lo que se refiere a la defensa de las mujeres.

Por eso propongo ir más allá y llamar a las cosas por su nombre, con un término más contundente, machismo político. Y a ese, creo, no se le puede poner ni un pero.

En cualquier caso, lo peor es que las mujeres tengamos que seguir sufriendo estos desprecios, que no se darían, seguro, a la recíproca. Porque, por desgracia, todavía persiste esa corriente subterránea que sigue considerando que la honestidad de las mujeres se encuentra en su entrepierna y su valor o desvalor en cuando y con quién la comparta.

 A mí me importa un rábano que esta u otra ministra, o ministro, vivan o convivan con nade. Me interesa su recorrido político y las decisiones que tome, por cuanto que me tienen que repercutir como ciudadana. Y en ese contexto es lícita la crítica, no en ningún otro.

Todo el mundo debiera condenar este machismo político. Si no, es para hacérnoslo mirar.