Demasiado hemos releído y hasta quizás conocido y vivido sobre nuestro singular cambio de la dictadura a nuestra democracia parlamentaria, la verdad que nos puso tan manos a la obra, que salvo los creídos autores aventajados,  embajadas y estados mayores, egos encendidos,  el chaqueteo de viejos flechas y opositores con saltómetro, poco o mucho, el miedo a nosotros mismos fue el gran protagonista.

El miedo se puede medir con  precisión de muchas maneras, por ejemplo,  en el no hacer, pero también tiene la capacidad de alertar el sentido de la prudencia, la alteridad y el diálogo, en definitiva conseguir acuerdos saltando sobre la identidad más originaria de cada uno de los actores.

La obra de España tenía mucho de reivindicación y mucho de olvido, mientras nos enervaba el canto a la libertad, y coordinábamos nuestro devenir en aquellas rimbombantes y cuasi clandestinas plataformas unitarias del Estado Español contra la dictadura.

Entre los personajes a ubicar o desubicar en toda aquella trama estaba el Borbón al trono perdido; al que habilitó con andador, escopeta, vela y traje de campaña Franco. Se nos proponía un guardián de la continuidad que vigilara por las esencias del Movimiento, y se entrometió un aspirante a galán con gana de cambios de guión y escenografía.

Así para remediar el tugurio y sacudirse fantasmas, estaba la Monarquía capitaneada por Juan Carlos I, como la clave de bóveda para que no se viniera el tenderete abajo, en principio no se aspiraba al convencimiento, sino a ese asentimiento que nos proponía tener la fiesta en paz.

Amén de cuché a toda vela, zarzuelas y marivenes, despachos y cartas credenciales, más los ruidillos de cuartos de banderas, nuestro Monarca se fue ganando el papel constitucional de inviolable y no sujeto a responsabilidad. Pero hete aquí que el 23-F, sin pegar un tiro, haciendo uso de su autoridad, se nos convierte en un sheriff querido por la inmensa mayoría  de los ciudadanos, y el mejor padre de nuestra concordia.

Hay quién deshace en el 18 de julio, y hay quién rehace el 23-F. Así todos tan amigos, hasta que el elefante y su trasiego, el yerno “2”, la sacudida de la crisis, trescientos años de borbones con entre paréntesis, ponen en tela de juicio el reinado.

Los chinos que fueron hacendosos fabricando y vendiendo banderas para forofear con la Roja. No sé si han tomado nota de todas las banderas republicanas que se pasean por la red y por las calles a cada aspaviento reivindicativo. La cuestión es que la realidad nos ha demostrado que las bacterias no entienden de sangre azul y tejidos reales, que don Juan Carlos I, está pasando un  mal bache y le deseo el más correcto restablecimiento.

Tener conciencia de republicano está en el manual del progreso, haber vivido en nuestra Monarquía actual, no ha violado mi carta de naturaleza de aspirante al progreso. Tenía en mente un  de los  muchos cuentos de reyes que leí en la infancia, pero la realidad es tozuda y también a nuestro Monarca conviene ponerle las limitaciones de nuestro aprendizaje colectivo. De todas maneras, colorín colorado, en el kit de nuestra democracia parlamentaria venía una corona.

 

* Curro Flores es asesor cultural en Málaga