Albert Rivera ha anticipado las habituales rebajas de otoño a los primeros días de agosto. Lo ha hecho tal vez estimulado por un hábil sondeo del CIS que vaticina peores resultados para C’s, así como para UP, pero que sobre todo apunta a que el electorado apenas se mueve. Las condiciones puestas por Rivera para negociar con Rajoy, al que hasta ahora le negaba el pan y la sal, son algo inconcretas y, al menos en algunos casos, son de cumplimiento en diferido, porque para que sean efectivas requieren una reforma constitucional previa.

En cualquier caso, está claro que el líder de C’s ha dado un paso atrás y ha abierto la posibilidad de sumar los votos de los 32 diputados de su partido a la investidura presidencial de Mariano Rajoy. Pero siguen siendo insuficientes: sumados a los 137 del PP y al de CC son solo 170 votos, 6 menos de los imprescindibles para una investidura. La de Rivera es una maniobra para aumentar la presión sobre el PSOE, y de un modo muy especial sobre Pedro Sánchez, para que acceda a la abstención total o parcial de los parlamentarios socialistas.

Por muy significativo y relevante que sea el movimiento realizado por Albert Rivera, lo cierto es que todo sigue estando en manos del PSOE. Porque las restantes formaciones políticas con representación en el Congreso de Diputados –UP y todas sus confluencias, ERC, PDC y Bildu- han repetido hasta la saciedad que bajo ningún concepto van a facilitar la investidura presidencial de Rajoy ni de ningún otro candidato del PP.

También lo ha dicho el PSOE con rotundidad y de forma reiterada, a pesar de todas las presiones que ha sufrido, sufre y que mucho me temo que seguirá sufriendo por parte no solo de casi todos los principales medios de comunicación privados sino también de todo tipo de influyentes centros de poder económico, financiero, empresarial y político, con la cooperación de destacados dirigentes históricos del propio PSOE como Felipe González, Alfonso Guerra, José Bono…

Probablemente ahora en la cúpula directiva de UP se han percatado ya del gran error estratégico que cometieron cuando, tras las elecciones del 20D, se negaron a sumar sus votos a los del PSOE y C’s que hubiesen podido investir al socialista Pedro Sánchez como presidente de un gobierno de centro-izquierda. Perdida aquella gran oportunidad política de sustituir al gobierno del PP por otro gobierno de carácter transversal, con un programa regenerador y de progreso, y por tanto capaz de abrir un nuevo periodo de transformaciones económicas, sociales, institucionales y políticas basadas en el diálogo y el pacto, de nada sirven ahora los lamentos. Aunque los Iglesias, Garzón, Errejón, Monedero, Baldoví, Domènech y restantes dirigentes principales de UP y sus confluencias deberían sacar conclusiones de su gran error de entonces.

Si algo resulta particularmente significativo del último sondeo del CIS es el descenso en la intención de voto que vaticina tanto para C’s como para UP. De algún modo se detecta un retroceso, tal vez todavía no importante, pero sin duda relevante, del electorado de los hasta ahora llamados partidos emergentes. Ambos retroceden. En unas terceras elecciones en un solo año podrían retroceder aún más y pasar de emergentes a sumergidos.

Mientras, Mariano Rajoy se enfrenta al ineludible reto constitucional de presentar su candidatura en el debate de su investidura. Por ahora todo apunta a que no va a ser investido sino embestido.