El 12-M tal vez no ayude a alumbrar un gobierno mayoritario de la Generalitat, sin embargo, permitirá desvelar algunas incógnitas que rodean esta convocatoria avanzada de elecciones por la incapacidad de ERC de aprobar los presupuestos. La primera, se sabrá si Cataluña sigue empantanada en el bloqueo institucional; la segunda, se podría identificar al líder del independentismo para la próxima legislatura; tercera, quedarán al descubierto los resultados de la política de Pedro Sánchez respecto del conflicto político catalán; y, finalmente, se intuirán las consecuencias de estos comicios en la política española.

Los sondeos no son determinantes en cuanto a la formación de mayorías en el Parlament, tan solo dibujan un escenario en el que PSC y Junts estarán en condiciones de buscar apoyos para sumar una mayoría de gobierno. La primera evidencia de las proyecciones demoscópicas es que tanto Salvador Illa como Carles Puigdemont deberán llamar a la puerta de ERC, en primera instancia. De la decisión de los republicanos depende de que entren en juego posteriormente bien los Comuns-Sumar para establecer un gobierno de progreso o la CUP para reeditar un ejecutivo independentista. El margen de maniobra es limitado, dado que Puigdemont ha asegurado que no piensa contar con Aliança Catalana, la extrema derecha secesionista, e Illa difícilmente podrá repetir una carambola con el PP como en el Ayuntamiento de Barcelona porque sus socios imprescindibles no se lo permitirán.

Así las cosas, las posibilidades de cualquiera de las dos mayorías posibles son muy ajustadas, a menos que PSC y ERC se desdigan de sus promesas electorales y apuesten por un acuerdo histórico entre las dos fuerzas, la sociovergencia de toda la vida que en realidad nunca se ensayó en el gobierno de la Generalitat ni en el Ayuntamiento de Barcelona. Nada parece indicar que este terremoto político vaya a producirse, cediendo a ERC la responsabilidad de mantener o enterrar los bloques políticos o empujar al país a una repetición electoral.

La cuestión de la identidad del líder del independentismo, salvo error monumental de todos los sondeos, parece algo más decidida, pero tampoco tanto, pues Carles Puigdemont anunció el primer día de campaña que no contempla reincorporarse al Parlament si no es para presidir la Generalitat. Podría darse la circunstancia que quedando Junts por delante de ERC se quedará sin su mascarón de proa al no poder aspirar Puigdemont a la presidencia, abriendo un nuevo período de inestabilidad en el movimiento secesionista.

El retroceso de ERC se aventura sin matices, al menos hasta que se abran las urnas. La derrota de los republicanos supondría también un golpe a la política de la negociación ofrecida por Pedro Sánchez, aceptada por Pere Aragonés y rechazada sistemáticamente por Junts, hasta llegar al momento de la amnistía. El efecto negativo de la etapa de la negociación para su socio ERC podría compensarse, desde la perspectiva del PSOE, con una victoria rotunda del PSC que le llevara a la presidencia de la Generalitat. El éxito de Illa, de todas maneras, podría resultar insuficiente y entonces todo convergería en un fracaso para Sánchez y su precipitado proceso para aprobar una ley de amnistía de la que él y Puigdemont habrían sido los principales beneficiados.

Todo lo que no implique la ruptura del bloqueo político, con la combinación que sea, supondrá prolongar la parálisis política en Cataluña y el fortalecimiento del proyecto independentista, no tanto como para que vaya a materializarse realmente como por el hecho de que la renovación de sus aspiraciones complicará cada vez más la gobernabilidad del estado.

La actual versión del soberanismo, muy consciente de la complejidad de alcanzar un estado propio, se ha propuesto un objetivo instrumental: colapsar la política española para darse la satisfacción de ver implosionar la idea vigente de España y, quién sabe, si también como vía para acelerar el sueño fundacional. No parece que todos los actores del Congreso de los Diputados tengan conciencia de este propósito, anunciado mil veces por los dirigentes independentistas. Quizás Pedro Sánchez deba repetir en las próximas semanas unas jornadas de introspección.