Pasaba esta semana. De repente whatsapp, Facebook e Instagram caían sin previo aviso. Hubo quien, como yo, se dio cuenta inmediatamente, y quien no se percató hasta pasado un buen rato, quien pensaba que le faltaba el aire, y quien afirma que le supuso aire fresco. De todo hay en la viña del señor. Pero era difícil no verse afectada, porque la tecnología, querámoslo o no, es parte de nuestras vidas, sobre todo con lo que ha supuesto la pandemia y el confinamiento.

Todavía queda gente que afirma muy ufana no usar redes sociales, incluso no usar Internet. Algo de todo punto imposible, porque hoy día hay trámites burocráticos imposibles de hacer sino es por vía telemática. Pero la mayoría de personas usamos y hasta abusamos de ello.

Confieso que a mí me encantan las redes sociales. No sé si soy adepta o adicta, pero lo bien cierto es que las uso con frecuencia y me valgo de ellas para difundir mis cosas, como este texto, sin ir más lejos. Y, más allá de mi humilde persona, hay pensamientos que merecen la pena ser difundidos y que no conoceríamos si no fuera por las redes sociales, lo reconozcamos o no. De hecho, uno de los criterios que se manejan a la hora de publicarle a alguien un libro e incluso un artículo es su número de seguidores, indicativo de las posibilidades de difusión del texto de que se trate.

Lo bien cierto es que hubo quien, comprobada la caída de las redes, entró en pánico. Y, aunque lo achacan a adolescentes, mucha gente entrada en años también sintió que le faltaba el suelo bajo los pies. Porque hemos de reconocer que nos hemos acostumbrado tanto a usarlas, que, si nos faltan, hay muchas cosas difíciles de hacer. Como, sin ir más lejos, quedar con alguien en una hora y un sitio determinado, costumbre que hemos perdido por completo. No sé qué hubiera sido del mundo cuando el confinamiento lo puso en stand by sin las redes sociales o los sistemas de mensajería instantánea.

No se trata de estar a favor o en contra. No hay que demonizar las redes sino aprender a usarlas, como aprendemos a usar un cuchillo jamonero, que vale para hacer unas cortadas de jamón fantásticas pero también puede ser un arma homicida de letalidad asegurada.

Quizás el verdadero problema sea el contrario, el uso que las redes hacen de nosotros. Como utilizan nuestros datos personales para invadir nuestra intimidad sin permiso. Ahí sí está el verdadero peligro.

SUSANA GISBERT

Fiscal

(@gisb_sus)