Hace pocas semanas me asomaba a estas páginas para contar mis cuitas sobre el riesgo de que la violencia de género desapareciera de las mesas de negociaciones como un tema incómodo. Temía que, a la hora de hacer pactos, se esquivara el tema como se esquiva un obstáculo incómodo con el viejo pretexto de que el fin justificaba los medios

Pero me equivocaba. Y no para bien. Me equivocaba porque ni siquiera la hipocresía o la asunción de lo políticamente correcto ha llevado a eso, como yo me temía, sino que se ha ido más allá. Tan allá como convertir la mención a la violencia de género en la mención de “esa violencia de la que me habla” como si por el solo hecho de nombrarla saliera un sarpullido.

No estoy hablando de un tema ideológico, ni político, ni siquiera discutible. Estoy hablando de un tema de legalidad ordinaria y de legalidad constitucional, de esa Constitución que cuando conviene llena bocas, y discursos, y campañas y banderas.

La violencia de género es una pandemia declarada expresamente así por la OMS antes de que las circunstancias nos obligaran a hablar de pandemia a todas horas. La violencia de género se lleva cada día a cientos de víctimas en todos los rincones del mundo, y hace vivir en un estado de terror permanente a muchas más.

Y, como decía, además de todo esto, es una construcción legal, avalada por el órgano al que la propia Constitución atribuye el monopolio de su interpretación, y no una ni dos veces, sino más de cien, cada vez que alguien ha cuestionado la ley. Es también una construcción legal en esa Europa a la que tanto nos gusta pertenecer para otras cosas. Ni el Convenio de Estambul ni las normas comunitarias se referirían jamás a esa violencia de la me habla.

Ya hacía tiempo que se había superado la cuestión de que la violencia de género necesite una regulación específica porque es un tema específico. Ya hacía tiempo que se había aclarado que perseguir la violencia de género no nos incapacita para perseguir otros tipos de violencia, pero sin que una ni otra pierda su nombre, como no lo pierde el robo común y corriente porque se persiga la corrupción.

Hurtar su verdadero nombre a la violencia de género es hurtarle todo lo que había ganado. Es colocarnos varios pasos atrás en ese camino hacia la igualdad que tanto nos está costando. Es volver a un tiempo que pensábamos que no volvería. Por eso me niego a hacerlo. 

Susana Gisbert, fiscal y escritora.