El Vaticano ha emitido un comunicado ambiguo a través de la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Tan ambiguo, que unos y otros han llevado el agua hacia su molino, interpretando el texto a su gusto. Unos dicen que se trata de una ratificación de lo dicho por el Gobierno de España y otros, que se trata de una rectificación. “La señora Carmen Calvo expresó su preocupación por la posible sepultura en la catedral de la Almudena y su deseo de explorar otras alternativas, también a través del diálogo con la familia. Al cardenal Secretario de Estado le pareció oportuna esta solución”, reza el comunicado.

Esta posición ambigua de la Iglesia recuerda a la mantenida en plena Guerra Civil por el cardenal Francesc Vidal i Barraquer, arzobispo de Tarragona.  Si bien se negó a firmar la carta colectiva de apoyo al franquismo del Episcopado Español a los obispos del mundo entero, sus motivos no fueron un enfrentamiento frontal a los sublevados, sino un intento de que la Iglesia mantuviera un status neutral ante una evidente acción de propaganda. Pero Francisco Franco y los suyos no estaban por la labor de aceptar la tibieza, por lo que Vidal i Barraquer tuvo que exiliarse. Logró salir de España gracias a la ayuda del presidente de la Generalitat de Catalunya, Lluis Companys.

La Iglesia no era una piña en la que iban todos a una. En este apartado, Franco logró una de sus más importantes victorias, ya que sus efectos perduran en nuestros días.  “La carta de los obispos es más importante en el extranjero que la toma de Bilbao o Santander”, se dijo desde la Oficina Nacional de Propaganda franquista.

Y así estamos hoy, con la idea de que un bloque católico monolítico granítico apoyó la sublevación sin miramientos. La realidad indica otra cosa. Al margen de la posición conciliadora de Vidal i Barraquer, hubo otros obispos que pagaron con el exilio su negativa a firmar la carta, como también hubo sacerdotes que se negaron a apoyar el levantamiento militar. Un claro ejemplo es el obispo de Vitoria, Mateo Múgica Urrestarazu, que antes de negarse a firmar, había protestado por el asesinato de 14 sacerdotes vascos por los franquistas.

El comunicado del Vaticano de la pasada semana lo acerca a aquella posición de Vidal i Barraquer. Veremos  si, finalmente, se decanta por una de las dos posiciones. Si otra vez los derechistas lo llevan a su terreno, y el cuerpo del dictador acaba descansando en la Almudena, o si la esperanza de cambio que trajo el Papa Francisco se traduce, por fin, en una posición sin ambages a favor del respeto a las víctimas de un genocida.