“El PSOE necesita erasmistas”, escribí hace unos días en una red social. El erasmista no es el neutral, el que no toma partido, ni el cobarde o el superviviente que se esconde o que se adapta, sino el que evita, incluso combate, el espíritu de facción. Representa la posición más difícil, atacada por unos y otros: la del mediador.

No es por tanto el que se sitúa au-dessus de la mêlée aunque Erasmo lo hiciera en vida entre el Papa y Lutero enemistándose con ambos. El erasmismo es una forma de estar en el mundo, en la vida pública o en la política que favorece la templanza, el respeto mutuo, el diálogo y la capacidad de pensar por sí mismo. Es compatible con las convicciones propias siempre que no lleven a la descalificación del otro que piensa distinto, no digamos si busca su aniquilación. Prefiere pactar a chocar, dudar a condenar. Incluso es compatible con la locura, pero sólo en el amor o en el arte. Es pura razón, pero en estos no crea nada.

Sin embargo, en la política sirve para tender puentes, para integrar, para conciliar o para unir. Por eso el PSOE necesita erasmistas. Quizá también, si lo pensamos, nuestro propio país los necesita, incluso el Mundo. Frente a los Trump, Le Pen, etcétera (no citaré ningún español para no ofender), fanáticos y representantes de la simplicidad y de la simplificación, necesitamos erasmistas conscientes de la complejidad social y política, valorarlas y aceptarlas sin dejarnos arrastrar por el sectarismo hacia la fatal discordia, el enfrentamiento y la violencia.

Necesitamos erasmistas conscientes de la complejidad social y política, sin dejarnos arrastrar por el sectarismo hacia la fatal discordia

A mí no me gustó nada, y lo dije públicamente, las formas y los métodos que se utilizaron para hacer dimitir a Pedro Sánchez, un Secretario General que había sido elegido (el primero por cierto) por el sufragio universal de la militancia. Pero tampoco me ha gustado la reacción que he leído en las redes sociales, con insultos gruesos y graves contra algunos dirigentes que participaron en la caída de Pedro Sánchez o que se han alineado después con una gestora dirigida de facto por Susana Díaz. Me sitúo en medio de ambas actitudes, o mejor, contra las dos, y eso no es neutralidad sino puro espíritu de Erasmo (del que por cierto este 2016 se cumplen 550 años de su nacimiento).

Que lo haga yo, no vale, no sirve, porque no soy un dirigente del PSOE ni un militante relevante. Pero si el partido socialista quiere volver a ser lo que fue, o a no ser irrelevante o incluso desaparecer, tiene que empezar por reencontrarse en la fraternidad entre sus dirigentes y entre sus militantes; descubrir de nuevo a Pablo Iglesias, el histórico fundador, escondido debajo de un sectarismo que es incompatible con el socialismo humanista y reformista, templado en las formas y ambicioso en los fines de justicia social.

No quiero parecer un moralista que sermonea pero antes que personas, líderes, proyectos, congresos, primarias, gestoras, etcétera, el PSOE debe recuperar este espíritu de unidad y de respeto mutuo, de fraternidad. La posibilidad de un cisma dentro del partido o de que se consolide la dialéctica amigo-enemigo entre compañer@s que lleva a la aniquilación política del otro para sobrevivir es lo peor, lo más urgente a evitar.  

Erasmo, con su experiencia supo que “el sentido de todas las pasiones es desfallecer algún día. El destino de todo fanatismo es consumirse a sí mismo. La razón, eterna y calladamente paciente, sabe esperar y perseverar. A veces, cuando los demás, ebrios, se embravecen, tiene que callar y enmudecer. Pero su tiempo llega, siempre vuelve.” (Zweig, St.: Erasmo de Rotterdam. Triunfo y tragedia de un humanista”, Paidós, Barcelona, 2015, p. 26). Sí, el PSOE necesita erasmistas. Piénsenlo.