No sé cómo tendrán ustedes su agenda para este otoño, pero yo la he estado ojeando y lo tengo fatal para ir a votar el 10 de noviembre. Si les soy sincero, no es que esté abarrotada de compromisos ineludibles, pero me provoca rabia y una pereza terrible volver a hacer cosas que ya daba por terminadas hace meses. Y es que, como diría José Mota, si hay que ir a votar se va, pero ir a votar para que todo se quede igual o peor, es tontería

La sensación de que una reedición de las lecciones puede acabar convirtiéndose en una inutilidad, no es de cosecha propia, sino la conclusión a la que llego después de escuchar la opinión de muchos que, como yo, estamos convencidos de que no cometimos ningún error cuando votamos el pasado 28 de abril. No es nuestra culpa que los políticos que elegimos en las urnas, no hayan sabido entender el mensaje de los votantes, o carezcan de la capacidad necesaria para llegar a acuerdos.

No voy a entrar en si el PSOE ningunea a Podemos, o si es el partido de Pablo Iglesias el que pretende más de lo que le toca, no estamos ya en edad democrática de tener que decidir si queremos más a mamá o a papá. Si los dos partidos de la izquierda llegan a la conclusión de que es preferible jugarse el futuro de la mayoría de los españoles en unas nuevas e inciertas elecciones, antes que ceder en parte  de sus pretensiones, queda claro que no merecen que perdamos un solo minuto de nuestro tiempo en darles la oportunidad de que vuelvan a errar.

Una nueva convocatoria electoral, en un momento tan crucial como en el que nos encontramos, tendría más de referéndum que de elecciones legislativas. Las consecuencias de una posible victoria de la derecha populista que forma el tripartito, pondría en peligro la propia existencia del estado tal y como lo conocemos. Provocaría un mayor auge del independentismo y no sólo en Cataluña; una desubicación de España en la Europa que intenta sobrevivir al Brexit (provocado por una derecha muy similar a la que gobernaría nuestro país); y una pérdida de derechos esenciales como la sanidad y la educación públicas, de casi imposible recuperación en el futuro.

Todo eso y más es lo que nos jugamos si antes del 23 de septiembre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no llegan a un acuerdo. Y, dirán ustedes con más razón que un científico (los santos tienen un índice mucho más alto de error), si es vital que el tripartito populista no acceda al poder ¿porqué no ir a votar de nuevo el 10 de noviembre? Por decencia y porque si todos volvemos a votar y el resultado es similar, les vamos a dar la falsa idea de que no han cometido una terrible temeridad. Jugar a ver quien frena el último, casi siempre acaba en accidente.