El otro día ocurría un penoso incidente en el Parlamento que daba pistas de muchas cosas. Un diputado que planteaba la necesidad de un pan de salud mental era increpado en tono de burla por otro. Más allá del exabrupto, que terminó con las disculpas del segundo, el hecho sacaba a la palestra un problema frecuentemente silenciado, la salud mental. Un problema que hoy es más problema que nunca, cuando muestra una encuesta que 6 de cada 10 españoles han tenido problemas de esta índole desde el inicio de la pandemia.

En nuestra sociedad aún no hemos superado el estigma vergonzante que acompaña a las enfermedades mentales. Asumimos con naturalidad que alguien con una pierna rota vaya al traumatólogo, pero hablamos en voz baja de que alguien con el alma rota vaya al psiquiatra. Todavía queda mucha gente que cree que los males psíquicos son signo de debilidad, y deberían superarse sin ayuda ninguna. Algo así como decirle al de la pierna rota que apriete los dientes y aguante el dolor en vez de ir al hospital.

Estamos en medio de una situación terrible. Nadie nos había preparado para esto, porque nadie podía imaginarse que algo así ocurriera en pleno siglo XXI. Cifras de septiembre del pasado año, ya en plena pandemia, fijaban el número de suicidios diario en 10, una barbaridad que posiblemente haya aumentado conforme la situación continúa. Una barbaridad de la que apenas nadie habla.

Asumimos que alguien con una pierna rota vaya al traumatólogo, pero hablamos en voz baja de que alguien con el alma rota vaya al psiquiatra

Siempre supe de una máxima del periodismo que impedía contar los suicidios, salvo que se tratara de un personaje público o de unas circunstancias excepcionales. Se trataba de evitar el efecto imitación, aunque ignoro hasta qué punto porque este efecto se viene estudiando desde los tiempos en que los medios de comunicación eran muy poco accesibles. Y tal vez se ha acabado produciendo lo contrario a lo pretendido, un secretismo que une al dolor por la pérdida el estigma social. A quienes han perdido a alguien de su familia de ese modo terrible les cuesta contarlo cuando no lo ocultan directamente.

Las enfermedades mentales están ahí. Y ahora más todavía. Los suicidios, también. Es, además, innegable la relación entre unos y otros, y también innegable la venda en los ojos que nos ponemos en ambos casos. Y no por no nombrarlos dejan de existir.

Cada día hay más personas a las que les duele el alma. Y la venda en los ojos no hace sino hacer más profundo el dolor.

No temamos hablar de ello. Reconocer un problema es el primer paso para solucionarlo.