Cuando yo era pequeña, recuerdo algo que me asustaba mucho. Había una niña que nos atemorizaba diciendo que se había escapado de la cárcel un delincuente terrible llamado El Lute, y que andaba suelto y podría venir a por nosotras. Yo no tenía ni idea de quién se trataba, pero, por la forma de contarlo, me parecía que era el mismísimo demonio, con cuernos y rabo incluido. Una versión más elaborada de lo que toda la vida había sido El hombre del saco o El coco.

Hoy en día tengo la sensación de que hay quienes nos pretende tratar como si fuéramos aquellas niñas asustadizas en lugar de personas adultas, y han reeditado una versión nueva del cuento con unos protagonistas distintos. Unos protagonistas a los que llaman “menas” con la intención de que su público identifique ese término con el mal absoluto, como la niña que fui identificaba a El lute.

Hay que recordar todas las veces que sea necesario que “menas” no es el nombre de un grupo terrorista, ni de una secta peligrosa. Son, ni más ni menos, las siglas de “menores extranjeros no acompañados”, es decir, el sinónimo de criaturas abandonadas. Pero eso no lo dicen, porque se les desmonta el invento. Como no dicen que podrían ser niños como aquel Aylan muerto en la playa por el que todo el mundo lloró y del que hoy nadie se acuerda.

Pensemos por un momento en nuestras e hijas e hijos. En lo mal que lo pasamos cada vez que llegan tarde a casa, que no sabemos dónde están o que les pasa cualquier cosa, incluso aunque ya haga tiempo que superaron la mayoría de edad. Y pensemos, también, que esas criaturas que han llegado a nuestro país sorteando mil peligros no tienen nada de eso. No tienen nada de nada.

Lamento -o no- destrozarle el argumento a quienes se empeñan en esgrimirlo, pero no hay grupos de “menas” recorriendo nuestras calles para violar a nuestras hijas. No han invadido las ciudades ni se han apoderado de nuestros cuerpos y nuestras almas. Ni tienen intención de hacerlo. Bastante tienen con sobrevivir a las dificultades y al odio y la xenofobia de quienes la han tomado contra ellos.

El verdadero demonio no tiene cuernos ni rabo. El verdadero demonio es el odio y la intolerancia de quienes usan su falta de solidaridad y de empatía como bandera política y buscan un chivo expiatorio para justificarlo.

No les permitamos entrar en nuestras vidas. Bajo ningún concepto.

SUSANA GISBERT

Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)