España no sólo es el país de Europa con mayor incidencia del coronavirus, sino que es el  país en el que la epidemia se ha convertido en la principal causa de enfrentamiento político. Resulta evidente que lo primero es consecuencia de lo segundo.

El caso de la rebeldía de Ayuso no es único. El ya expresident de la Generalitat de Catalunya, Quim Torra, también amenazó constantemente durante su, llamémosle, mandato con oponerse a cualquier indicación, norma o ley que viniera del Gobierno de Sánchez y que hiciera referencia a la gestión de la pandemia.

Ayuso y Torra tienen muchas cosas en común. Ambos son nacionalistas, de derechas (no se puede ser lo uno sin lo otro), devotos de los trapos de color y, lo más significativo, marionetas de personajes quizá no mucho más inteligentes que ellos, pero sí con mayores ambiciones políticas. Su rebeldía no pasa de pretendida, porque en realidad es una muestra de absoluta docilidad hacia quienes les han hecho el flaco favor de ponerlos en un puesto para el que les falta preparación y vocación.

La fuerza se les va a ambos en vacías gesticulaciones. Cierto es que Torra adorna su incapacidad como dirigente, con unas maneras y un vocabulario más sofisticados que los de la presidenta de Madrid, pero el resultado, poco más o menos, es el mismo.

Cuando el martes pasado la Audiencia Nacional hizo pública la sentencia de inhabilitación del Molt Honorable President, Torra organizó una rueda de prensa en el Palau de la Generalitat para anunciar solemnemente que no aceptaba la sentencia y, un ratito después, abandonó el Palau y la presidencia. Lo mismito ha hecho Isabel Díaz Ayuso, quien después de pasarse semanas presentándose como la Che Guevara madrileña, ha hecho unos pucheritos por Twitter y ha bajado del monte con la cabeza gacha.  

Las comedietas que montan unos y otros podrían tener gracia, sino fuera porque sus fuegos fatuos cuestan vidas y mucho dinero. Mientras algunos de nuestros políticos han hecho del Coronavirus un arma arrojadiza, en otros países de nuestro entorno ha servido para aparcar diferencias y centrarse, gobiernos y oposición, en luchar contra el enemigo común. Comparen el resultado.