Hace unos días una amiga me enviaba un vídeo que contenía las imágenes de unas pintadas de amenazas en la puerta de la sede de una revista digital que incorpora la perspectiva feminista en el periodismo y en los medios de comunicación ( la revista se llama Pikara Magazine), revista que también está recibiendo numerosas amenazas en las redes sociales. Además de unas palabras soeces y llenas de odio, el autor de la pintada escribió un número a modo de rúbrica: 52. El significado del número no es otro que el número de diputados de Vox que han resultado de las últimas elecciones del 10 de noviembre. Ignoro si él o los responsables de esas pintadas tienen o no relación con el partido político, pero sí hicieron esa alusión como un modo directo y elocuente de intimidación y de amenaza.

Sin duda, varias décadas de neoliberalismo o neofascismo asolando buena parte del mundo, incluido nuestro país, han ido allanando el terreno al auge de la irracionalidad, de la sinrazón y de los fundamentalismos de todo tipo, es decir, de idearios estructurados en torno al fanatismo y a la intolerancia. La extrema derecha, la defensa exaltada del patriotismo, de la tauromaquia,  como un modo de fanatizar al personal, la recuperación de prácticas de crueldad obsoletas, la renovación del odio a lo femenino que se hace realidad en el aumento del machismo y de prácticas bestiales contra las mujeres, como las violaciones en grupo; la resurrección de valores religiosos y ultraconservadores como un modo de justificar las ideas machistas, clasistas, especistas y racistas están en auge actualmente y muy presentes en la ideología de un sector importante de la sociedad española.

Si miramos el mundo que nos rodea nos encontramos con Trump llevando a cabo políticas muy agresivas y contrarias a los Derechos Humanos, negando el cambio climático y haciendo que EEUU, la primera potencia mundial, se retire del Acuerdo de Paris, cuando los recursos naturales del planeta están agonizando. Y nos encontramos a la ultraderecha de Bolsonaro en Brasil quemando la selva amazónica para hacer negocio, y el reciente golpe de Estado en Bolivia de parte de una ultraderecha peligrosa y tan irracional que llega al absurdo. Y nos encontramos con un auge peligroso de los partidos de la misma ideología, intolerante y totalitaria, en Europa.

Hablaba el día de las Elecciones, el 10 de noviembre con un alcalde y un concejal amigos míos sobre el auge de la extrema derecha, y me comentaban con desasosiego que nunca hubieran imaginado su ascenso tan arrollador  en nuestro país, que llevan tiempo percibiendo que se nutre especialmente de jóvenes desarraigados o de baja competencia profesional, y que su éxito se basa en la incultura. Ya decía Unamuno algo así como que el fascismo se cura leyendo y el patriotismo se cura viajando. Aunque los que se adhieren a ideologías como Vox o similares, y mucho menos los que las propagan, no van a poner gran interés ni en leer ni en viajar, me temo.

Sea como sea, en el nuevo panorama político en España la extrema derecha tiene una presencia contundente, una presencia que nunca antes había tenido. 52 diputados en el congreso no es ninguna tontería. Y en Andalucía gobierna. Lo cual no es algo que se pueda obviar si se defienden los valores democráticos. Decía Umberto Eco, en su libro Il fascismo eterno, que el fascismo puede aparecer de múltiples maneras en cualquier lugar del mundo, y a veces con apariencias inocentes; que nuestro deber es desenmascararlo, que la libertad y la liberación es una tarea que no acaba nunca. Como siempre y en todos los aspectos, conocer algo es el primer paso para trascenderlo. Y por ello Umberto Eco nos ofreció en su libro algunas claves para reconocerlo y poder, por tanto, superarlo. 

Muy resumidas esas claves son: culto a la tradición, rechazo del progreso, irracionalidad y cuestionamiento de la cultura, rechazo del pensamiento crítico, rechazo y odio al extranjero y al diferente, exhortación a los sectores sociales oprimidos o frustrados, xenofobia e incitación al sentido identitario exacerbado, rechazo del pacifismo, es decir, defensa de la violencia, desprecio por los “débiles”, es decir, desprecio por los otros, culto al heroísmo fanático (viva la muerte), machismo y desprecio a las mujeres,  populismo y cosificación del pueblo como colectivo, empleo de una neolengua, a través de un léxico pobre y una sintaxis básica intentan limitar o anular el lenguaje necesario para el razonamiento complejo y crítico.

Si nos fijamos atentamente en esos puntos podemos percibir con claridad que son fácilmente observables en cualquier microfascismo (secta) o macrofascismo (dictadura), es decir, en cualquier situación en las que se utilizan técnicas coercitivas para manipular y someter a un grupo humano. Igualmente, son características comunes, con las variables correspondientes, a cualquier situación de acoso o maltrato. Y son características que se articulan en torno a una idea fundamental: la ausencia de empatía y de conciencia.

 Y ¿qué hacer una vez que se aprende a identificar a personas e idearios fascistas, fanáticos, totalitarios? Por supuesto, en el terreno de lo personal salir corriendo, como dice siempre Robert Hare. En el terreno de lo social, lo público o lo político, me vienen a la mente las palabras siempre sabias del gran José Saramago en uno de sus brillantes análisis: “No tenemos poder, no estamos en el gobierno, no tenemos una multinacional poderosa, no dominamos la economía especulativa mundial, ¿qué tenemos para oponernos a eso? Nada más que la conciencia. La conciencia de los hechos, la conciencia de nuestros derechos, la conciencia de que somos seres humanos, la conciencia de que lo que hay en el mundo nos pertenece a todos, no en el sentido de propiedad, sino de responsabilidad; responsabilidad como derecho a saber, como derecho a intervenir, como derecho a cambiar. Es decir, la alternativa al neoliberalismo y al fascismo, que tanto se asemejan, se llama conciencia.

Coral Bravo es Doctora en Filología