Siempre me gustó el vocablo que emplean en Latinoamérica para referirse a los ordenadores, computadoras. Mucho más que el nuestro. En primer término, porque es una palabra femenina, mucho más acorde con su multiplicidad de funciones. Y, en segundo, porque lo de ordenar como que no lo veo. Mejor los llamaría “desordenadores”.

Con esta pandemia que tanto nos ha alterado, los ordenadores han adquirido un protagonismo enorme. Y no solo su existencia. Especialmente, su carencia. El alumnado que no han podido disponer de una de estas máquinas, o no la han tenido todo el tiempo necesario por compartirlo con el resto de la familia, teletrabajo incluido, ha perdido gran parte del aprendizaje que debería haber recibido. E igual en otros ámbitos. La falta de conectividad ha abierto una brecha entre clases difícil de restaurar.

La situación ha dado carta de naturaleza a un fenómeno que ya veníamos padeciendo. La automatización, esto es, la sustitución del contacto personal por máquinas. Ya no son solo gasolineras, cajeros automáticos o máquinas de vending. Ahora cualquier trámite ha de ser telemático. Y solo telemático. He ahí el verdadero problema.

Tras el confinamiento, algunas cosas permanecieron. Entre ellas, la necesidad de realizar muchos trámites oficiales por ordenador. Algo que no solo es en muchos casos verdaderamente difícil -cuando no imposible- sino que puede llegar a aislar a muchas personas, incluso hacerles desistir de derechos que le corresponden por no saber usar la aplicación o la página correspondiente.

¿Exagero? No lo creo. Pensemos en que gran parte de las personas que deambulamos por el mundo somos migrantes digitales, o ni eso. Personas mayores, personas extranjeras o quienes carezcan de conocimientos pueden ver esa brecha más abierta en situaciones como estas. Porque, cuando te dicen que es preciso pedir una subvención, matricularte en un curso o reclamar una ayuda por vía telemática, en muchos casos la reacción es desistir. Y no es para menos, vistas algunas de esas aplicaciones teóricamente intuitivas.

No es la única desventaja. No hay que ser Einstein para concluir que cuanto mayor computerización, menos personal es necesario, y ahí se abre otra brecha: el riesgo de la pérdida de empleos.

Nunca creí que dijera esto, pero las circunstancias son tan extraordinarias que cualquier cosa es posible. Añoro las ventanillas, con sus colas y su “vuelva usted mañana” Añoraría, incluso, la necesidad de la póliza de la que siempre hablaba mi padre y que te hacía perder la mañana.

Pero lo que de verdad añoro es el contacto humano. Que no se nos vaya de las manos.

SUSANA GISBERT. Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)