La voracidad y el ingenio del capitalismo para extraer beneficios como sea tienen pocos límites y ningún escrúpulo. ¿Que hay gente dispuesta a comer alimentos caducados pagando por ello, porque no tiene para otra cosa? Pues véndanse. ¿Que la ley lo prohíbe? Pues cámbiese la ley. Eso es lo que ya se ha hecho en Grecia, (Grecia, el país que organizó los juegos olímpicos de 2004, esos juegos que dan tantos beneficios y que Madrid se empeña en empeñarse más para conseguirlos) y seguro que algún avispado emprendedor ya hace planes para explotar la idea en su propio país de pobres.

Aquí el ministro Arias Cañete ya nos contó que se come los yogures caducados (sí se le ve que es de buen comer), pero no dijo nada sobre si los compraría ya caducados para ahorrarse un dinerillo y dar ejemplo a todos esos manirrotos que cobran subsidios y tienen twitter, como dijo la alcaldesa Teófila Martínez (teófila, la que ama a dios, qué ironía). Pues si tienen para twitter, que no pidan para comer, que paguen la comida caducada.

Supongo que primero en Grecia y luego en todo el sur pobre de la pobre Europa el siguiente paso será poner tarifa a la comida que sacan de los contenedores de basura todo ese ejército de personas que esperan en las puertas de atrás de las grandes superficies para llenar sus bolsas con la miseria que tiran. Alguien pondrá un cartel de colores anunciando los bajísimos precios con un eslogan de impacto: ¡Basta de comida basura! Lo que ahora se lleva es basura para comer.

Jesús Pichel es filósofo y autor del blog Una cuerda tendida