Parece que hace una eternidad, pero solo hace seis años que la fotografía de un niño ahogado en una playa de Turquía nos sacudía de arriba a abajo. La imagen del cadáver de aquel niño pequeño, que podía ser nuestro, se hacía viral. Porque podía ser nuestro, sí, y porque ponía al descubierto nuestro enorme egoísmo y nuestra vergüenza.

Aquel niño no era solo un niño. Representaba a todas las personas que se morían por algo tan simple como lograr no una vida mejor sino, simplemente, una vida. Brutal paradoja.

Aylan no lo consiguió. Moría en las costas de Turquía como cientos de personas mueren en el Mediterráneo o en cualquier otro lugar tratando de cruzar la frontera que creen que les separa de la tierra prometida.

Pero el tiempo pasa, la actualidad manda y nos olvidemos de él. Muchos otros acontecimientos, entre ellos nada menos que una pandemia, actuaban como la goma de borrar más efectiva para nuestras mentes y nuestras conciencias. Se borraban hasta los remordimientos.

Sin embargo, Aylan resucita todos los días. Hoy es la frontera de Bielorrusia y Polonia la que llama la atención mediática con escalofriantes fotografías de niños pasando hambre y frío, pero otras veces están en una patera en las costas canarias, en el canal de la Mancha, en las fronteras de Estados Unidos, en cualesquiera de las vallas que separan países como si separaran mundos.

Duele lo que ocurre. Y duele aún más pensar que no duele. Que mañana cualquier otra cosa desviará nuestra atención si no hay nadie que consiga otra instantánea impactante como la de aquel pequeño de la playa.

Y lo peor no está en las fronteras, ni en las costas, ni en las vallas. Lo peor está en los lugares donde viven estas personas, en unas condiciones tan terribles que hacen que cruzar esas fronteras, esas costas o esas vallas valga la pena, aun teniendo a la muerte como compañera de viaje.

¿Nos preocupa saber por qué no ven otra salida que jugárselo todo a una fatal ruleta rusa? ¿Estamos dispuestos a hacer algo por evitarlo, más allá de lamentarnos y lloriquear? ¿O mejor seguimos mirando hacia otro lado?

Se nos está quedando un mundo que da lástima mirarlo. Y ni siquiera la resurrección casi diaria del niño Aylan nos hace reaccionar. Y lo peor es que el día menos pensado, ya nadie le hará caso. Otra vez más.

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)