He de confesar que nunca he sido demasiado fan de las animadoras. La imagen de las películas de universitarios americanos donde ellos practicaban deportes de machotes mientras ellas hacían volantines pompones en mano con sus falditas cortas de los colores del equipo me causaba rechazo. Un rechazo que podríamos considerar “feminista”, pero que tenía algo más.
No obstante, rectificar es de sabios -o de sabias, si de inclusión se trata- y me he permitido a mí misma ir cambiando de opinión. En primer lugar, porque hace tiempo que, viendo las actuaciones de los grupos de cheerleaders he comprobado que son mucho más que niñas dando saltitos con pompones, y que su nivel de danza y su forma física es fantástica. Y, en segundo término, y ahí es a lo que iba hoy, porque también hace tiempo que han ido desterrando los roles de género e incluido a hombres en sus coreografías. O, al menos, eso es lo que ocurría hasta ahora.
Porque leo en estos días que en Estados Unidos ha surgido una polémica por la incorporación de dos chicos en la animación del fútbol americano, en concreto, en el grupo que acompaña a los Viking de Minnesota. Entre las perlas que les dedican los supuestos aficionados se encuentran perlas como “Actuad como malditos hombres”, así como amenazas con darse de baja como abonados del equipo. Afortunadamente, e equipo, lejos de hacer caso de las bravuconadas de tales indeseables seguidores, ha defendido la actuación de los animadores, así como la calidad de su trabajo, además de la apuesta por la inclusión. Como debe ser. El propio equipo explica que en 2025 alrededor de un tercio de los equipos de la liga cuentan con animadores masculinos. Y, que sepamos, no se hundido el mundo.
Leyendo esto, me quedo con una de cal y una de arena. Por un lado, me alegro de la defensa de la inclusión y de que no se haya cedido al chantaje de los machos alfa, pero, por otro, me entristece la evidencia de la existencia de esos machos alfa, cada día más presentes en cualquier ámbito.
Así que espero que los pasos vayan en el sentido de la inclusión y no se dé ni un paso atrás. Un paso que, por cierto, debería incluir en nuestro lenguaje, porque en español se ha traducido la palabra “cheerleaders” como “animadoras” cuando lo cierto es que el término original no tiene género. Exactamente como se ha venido haciendo con profesiones tradicionalmente asignadas a mujeres, como en su día ocurría con las azafatas o enfermeras -hoy ya está implantado el masculino, por suerte- o sigue ocurriendo con las camareras de piso o las empleadas del hogar.
SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)