El otro día fue el día. Por fin pude abrazar a mi madre tras más de un año sin hacerlo. Un verdadero momentazo.

Confieso que más de una vez me he sorprendido a mí misma con este síndrome de abstinencia de besos y abrazos que he desarrollado. Siempre he sido bastante remisa al contacto físico excesivo -algo que nos inocularon a varias generaciones- y, por qué no decirlo, un poco seca para estas cosas. Vaya, lo que mi propia madre siempre ha llamado un “cardo borriquero”.

Pero a este cardo se le estaban derritiendo las espinas, sin duda. Y en vez de morírseme el amor de tanto usarlo, como a la Jurado, tenía un mono de carantoñas del de los mejores tiempos del cine quinqui.

Por suerte, llegó el antídoto, aunque se hiciera esperar. Y no me refiero a la vacuna, sino a lo que esta ha supuesto para mí. El abrazo. Adiós cardo borriquero, hola cursi margarita. Y a mucha honra.

Esa vacuna que estábamos esperando como agua de mayo ha traído consigo estas cosas. Antes de la inmunidad de rebaño, de la quema colectiva de mascarillas y del adiós a los cierres perimetrales y las limitaciones de aforo, antes de recuperar nuestras vidas en el punto donde las dejamos.

La vacuna nos ha devuelto los abrazos congelados, especialmente de las personas mayores. De mi madre, de casi 97 años, que no hace mucho insistía en que quería ceder su vacuna a sus nietas, y de todas esas personas que nos han dado todo y lo seguirán dando mientras puedan. Y, aunque lo hicieran a cambio de nada, bien está que podamos devolverles lo que les faltaba. Los besos y los abrazos, el contacto físico más allá de una pantalla o una llamada de teléfono.

Bien está que aprendamos de esto. Que valoremos las cosas importantes que no valorábamos, que olvidemos nuestros pudores y prejuicios y demos una repensada a nuestro orden de prioridades. Tal vez sea lo único bueno que nos deje la pandemia.

Por desgracia, para muchas personas es tarde. Son muchos mayores los que perdimos por el camino mientras esperaban ese abrazo que no les pudo llegar, que se fueron de este mundo en la soledad más triste y dolorosa. Tengámoslos por siempre en el recuerdo.

Aún queda un último esfuerzo para salir de esta, pero ya estamos en el camino. Y esos abrazos nos han devuelto la esperanza, a mí al menos. Que no nos falten nunca.

SUSANA GISBERT

Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)