Es omnipresente, nos afecta a todos y es pacífico, no causa fuertes divisiones ni discusiones. Por eso hablamos del tiempo cuando nos vemos con conocidos o desconocidos, para los que no hallamos tema de conversación.

En 1983, los psicólogos Schwarz y Clore investigaron el efecto del clima en nuestro estado emocional, y cómo puede incluso engañar nuestra percepción general de la la satisfacción en la vida. Detectaron que, si bien el clima no suele ser una base racional con la que evaluemos nuestra felicidad, los encuestados en el estudio admitían que el clima incidía en su estado de ánimo. Y en sentido contrario, a menudo, cuando uno de los encuestados se encontraba mal, echaba la culpa a la lluvia, el viento, el exceso de calor...

Otros factores invoclucrados en nuestro interés hacia el tiempo son el económico, una herencia de un tiempo en el que había mucha más población dedicada a la agricultura y el tiempo podía alcanzar su línea de flotación; que los medios de comunicación le den relevancia a esa información; y la necesidad de  consultar el clima para decidir la ropa con la que nos vamos a vestir, lo fría o caliente que querremos que se mantenga la casa...