El Preludio Op 28 No 15 de Chopin probablemente resultará más familiar por su apodo, el Preludio Gota de Lluvia. Es una de las obras más reproducidas del músico polaco, y probablemente sea uno de los más sencillos de interpretar, pese a sus cinco bemoles. Conecta con nuestro miedo a la tormenta y nuestras propias experiencias bajo la lluvia. Chopin no tituló esta obra, ni ninguno de sus 24 preludios. Los apodos que las identifican suelen atribuirse a los pianistas Hans von Bülow y Alfred Cortot, que, se cuenta, las bautizaron de una manera u otra en función de los sonidos que éstas les inspiraron. Así, el Preludio en mi menor se titula Suffocation, el B menor se conoce como Tolling Bells, y el No 10, The Night Moth.

En la composición del No 15 suena repetidamente el La Bemol, y parece recrear el sonido de una gota de lluvia. El tema se abre en Re Bemol, luego pasa a un "lúgubre interludio" en Do sostenido menor, y esa reiterativa nota La Bemol, que se venía oyendo desde la primera sección, se vuelve más insistente.

Como otras de las piezas del Opus 28, se cree que Chopin escribió este preludio durante su estancia, junto con la novelista George Sand (así firmaba sus obras Amantine Aurore Lucile Dupin, baronesa de Duvesand, para ocultar que era una mujer), en el Monasterio de Valldemossa, en Mallorca, en 1838. Se deduce de lo que relata Sand en su novela La Historia de mi vida, donde explica cómo una tarde, estando en Mallorca (a donde la pareja había ido en busca de un clima más suave que ayudase a Chopin con sus problemas respiratorios), cuando la autora volvía a casa con su hijo Mauricio, les cayó encima un aguacero tremendo. Al llegar, encontraron al músico muy preocupado por la madre y el hijo, y hasta tuvo pesadillas después del incidente pasado por agua, y, siempre según la versión de Sand, soñó que se ahogaba en un lago y le caían gotas heladas en el pecho.

Como tantos otros de la naturaleza, Chopin podría haber trasplantado ese sonido al piano, encontrando el equivalente en música. Sand lo describe así: su composición de esa noche estaba humedecida por las gotas de lluvia que resonaban sobre las tejas sonoras (...), pero en su imaginación se habían convertido en lágrimas que caían del cielo sobre su corazón”.

Sand no concreta en sus memorias qué preludio exacto fue ese que tocó a raíz de la tormenta, pero muchos críticos musicales asumen que no puede ser otro que el no.15, por ese la bemol que parece imitar el patrón sonoro de la lluvia.​ Frederick Niecks afirma que el preludio "te hace pensar en el claustro del Monasterio de Valldemossa y en una procesión de monjes portando a un hermano a su última morada cantando lúgubres responsos en la noche cerrada.