Que en Twitter la gente va a enfadarse es algo que ya sabíamos. Pero jamás reconocemos el mérito que tiene enfadarse cada semana por un tema distino y dispar, muchas veces absurdo y otras tantas sin interés real, que provoca cientos de interacciones y obliga que cada usuario forme una opinión sobre un conflicto que dentro de una semana ya no recordará, a pesar de tomárselo tan a pecho durante la semana que está de moda.

Mientras que hace dos semanas la gente se preguntaba si era mejor salvar a un niño pirómano o a tu perro de un incendio, esta semana la gente de mi generación (sí, los terribles millennial) han decido proclamar via pajarito azul su odio por los niños.

Concretamente, algunos usuarios se han lanzado a asegurar que los niños deberían tener restricciones: prohibido el acceso a determinados espacios, estrechamente supervisados por adultos, solo pueden estar en espacios habilitados durante los tres primeros años... Y todas esas cosas que se creen a consecuencia de hacer que un niño provoque un accidente y haya que decidir entre él y un perro.

Nunca había estado tan clara la razón por la cual la natalidad ha descendido tanto en el país ni lo idiotas que podemos llegar a ser gracias al individualismo post-adolescente que se nos ha quedado enquistado entre tuits. Aunque yo misma no soy una gran fan de los niños, reconozco una estupidez en cuanto la veo. No por alguna clase de superioridad moral que me hace mirar a mis congéneres por encima del hombro, sino que, para ser sinceros, porque yo también he pensado como ellos.

Si revisamos memorias, odiar a los niños es un arte que ya lleva muchos años de recorrido. Los niños no son fáciles, pero tampoco tienen por qué serlo.

Y los niños de otros, alejados de tu família, son aún peores. Aún así, los niños son niños, para bien o para mal y una cosa es segura, los niños son necesarios e inevitables, por mucho que ahora cuatro tuiteros quieran asegurarse de lo contrario. Pero para mí, la clave se encuentra en que nosotros, como adultos, debemos estar acostumbrados a los niños, ya que ellos son nuestra responsabilidad.

El primer fallo de la maravillosa campaña tuitera es creer que los niños son responsabilidad exclusiva de los padres y que tú, como adulto ajeno a su família, no tienes que interactuar con ellos bajo ningún concepto. La responsabilidad recae sobre los padres y estos deben hacer que sus hijos sean invisibles: no se les puede oír ni ver, pues tú como individuo no debes interactuar bajo ningún concepto con un niño: no lo miras, no te diriges a él, no sigues ninguna norma de educación. Ese niño no es una persona, es un proyecto de tal. Si hace algo mal, increpas a los padres, pero no ayudas a educar.

Desconozco qué terribles daños y prejuicios habrán causado los niños a este selecto grupo de tuiteros, pero si tengo que elegir, me quedo con los niños. Al menos, ellos no esconden una visión tan malvada de la sociedad y se atreven a aprender de todo aquello con lo que entran en contacto. No como nosotros, los adultos amargados que ya no soportamos que un niño llore, juegue o sea niño a nuestro alrededor. Porque, de verdad, ¿cuántas veces hemos tenido un enorme problema por culpa de un niño?