Las opiniones son como los culos: todo el mundo tiene una. Y, al igual que los culos, a nadie nos gusta que nos restrieguen una sino lo hemos pedido explícitamente.

Es fácil compartir tu opinión en Internet

En una sociedad cada vez más interconectada entre sí, valga el recurso habitual, resulta cada vez más sencillo encontrar espacios abanderados, supuestamente, por la libertad de expresión. Ahí donde encontramos una sección de comentarios, también creemos que esta nos interpela directamente y nos sentimos prácticamente en la obligación de compartir nuestro punto de vista. Es cierto que existen escalas: nosotros mismos nos autocensuramos y escogemos con más o menos rigor dónde comentamos, dónde vale la pena dejar nuestra opinión y dónde creemos que podemos aportar algo. Pero a veces, o no tan a veces, sino más bien a menudo, aparecen comentaristas inesperados e inadecuados, que (me imagino) sienten en sus extrañas una ineludible llamada a la opinión. Por supuesto, en el reinado de Internet, a estos sujetos se les trata de maneras muy diversas dependiendo del espacio exacto en el que se encuentre: bien puede ser que se les bloquee, después de llamarles trolls; bien puede ser que se les una gente y fortalezca la opinión; bien puede crear debate o pasar desapercibida. Pero Internet no es más que una pantalla que, tarde o temprano, apagarás.  

Las opiniones pueden ser peligrosas

Las opiniones son como los culos: todo el mundo tiene una. También tus seres queridos. Se puede dar el caso de que te encuentres en una situación complicada y dolorosa que haga difícil tu vida cotidiana. Se puede dar el caso de que tengas alguna enfermedad, tal vez una de carácter mental o una de esas que todo el mundo ha oído hablar pero nadie sabe en qué consiste. Y es muy probable que todo tu entorno se sienta con la libertad de opinar al respecto: sobre cómo deberías comportarte, qué sentir y qué medicación tomar. Opinar, al fin y al cabo. Aunque en Internet sea desagradable encontrarse a alguien que opina pero no escucha, siempre podrás, simplemente, ignorarle. Si una persona a la que quieres opina por encima de tus consideraciones personales y las del médico profesional puede resultar doloroso. Por supuesto es una situación compleja. Al fin y al cabo, en estos casos, cuando alguien de tu entorno próximo opina lo hace desde a buena intención y desde la preocupación y cariño hacia ti. Pero el problema de las opiniones es que esconden un trasfondo de invalidación dañino. Es sencillo: cuando uno tienen una opinión diferente, simplificándolo, es porque cree que la otra no es la correcta (tampoco la incorrecta, simplemente la que no es mejor).

El tacto y los mimos son la mejor respuesta

Cuando una persona se enfrenta a una enfermedad, ésta está llena de dudas y miedos. Probablemente, la situación le sea nueva y le quede grande. Lo más reconfortante suele ser confiar en el profesional, el médico. Entonces, opiniones de gente externa al campo médico puede suponer una invalidación, una puerta hacia nuevas dudas y temores, que tal vez la persona no es capaz de soportar. Además, en estos momentos difíciles en los que se tiende a sufrir, por la dificultad de la situación, al final lo último que se necesita es una opinión que no va a aportar nada: la situación es la que es y así se mantendrá. Por supuesto, hay que dar puntos de vista y las opiniones pueden ser buenas. Pero al igual que no restregarías tu culo contra una persona sin una buena justificación (o mucha confianza), no das tu opinión sin que te la pidan. Así que si alguna vez te encuentras en una situación así la mejor solución es dar apoyo, es transmitir amor. Para las opiniones siempre hay tiempo y espacio, pero más adelante.   Imágen de Jessica Albano en CC de Flickr