Probablemente Alepo sea lo más parecido al infierno que hay ahora mismo en la tierra. Edificios derrumbados, escombros, morgues colapsadas, cadáveres en las calles, personas y familias absolutamente aterradas, sin apenas abastecimiento de agua, comida o medicamentos… Una ciudad detenida, paralizada por el horror en el fuego cruzado.
Desde 2012, y eso son ya cuatro años, esta ciudad, la mayor de Siria, es el escenario de las luchas entre el gobierno sirio y las milicias rebeldes. Y tras cinco meses de un asedio más intenso, el pasado noviembre, más de tres cuartas partes de la fracción donde se ubicaban los insurgentes han pasado a estar bajo control del régimen de Bashar al-Assad, en una ofensiva de las fuerzas oficiales, que, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), ha causado más de 310 víctimas civiles, incluidos 42 niños, y más de 200 combatientes rebeldes.