Puede sonar contradictorio. Es fácil pensar que la industria del porno vive sus mejores días. La palabra “sex” sigue año tras año en lo más alto de los términos de búsqueda en Google. Las páginas de porno mantienen sus elevados índices de accesos. Y sin embargo, el porno vive una crisis radical como refleja The New Yorker en sus páginas.

El porno como la música y el cine

Atrás queda la edad de oro del porno, entre finales de los ochenta y mediados de los noventa. La apertura moral, las posibilidades técnicas y el público fiel crearon un gran negocio en el que personajes como Larry Flint se convirtieron en magnates. Pero como le ha ocurrido a muchas otras industrias, el porno también se ha visto sacudido por Internet. Lo que en principio se anunciaba como el canal definitivo, ha arrasado con la estructura precedente. Es algo similar a lo que han sufrido la industria de la música o del cine. En la actualidad, el porno industrial, por definirlo de algún modo, ha sido sustituido por porno amateur, fuera de cualquier regulación o estructura. Se estima que el 95% del contenido pornográfico generado entre 2012 y 2015 es amateur.

Actrices perjudicadas

Los perjudicados son, otra vez, los profesionales. Actores y, sobre todo, actrices, que se han visto obligados a aceptar peores condiciones laborales y remuneraciones más bajas. Ya no existen contratos de larga duración. Ahora se paga por escena. Sin embargo, la nueva estructura está afectando en términos más peligrosos. El riesgo se compensa. En los ochenta y noventa, una actriz tardaba una media de dos años en tener que realizar su primera escena anal. Ahora las nuevas actrices son obligadas a los seis meses. Esto en un sistema en el que los compañeros sexuales cambian constantemente. Jenna Jameson, la última gran superestrella del porno, solo tuvo un compañero desde el año 2000 hasta su retirada: su marido. “Veo a las nuevas chicas y me pregunto ¿qué demonios están haciendo?”, declara Jameson. “Esas chicas no saben que han de ir poco a poco y hacer que te paguen más por cada cosa que haces”, advierte la actriz.

El fantasma del SIDA

Y alrededor de estas prácticas, el fantasma del SIDA que recorre los improvisados sets de rodaje. Aunque las autoridades del condado de Los Ángeles, meca del porno, establecieron la obligatoriedad de usar preservativos en los rodajes, esta regulación se soslaya constantemente. Los productores aseguran que es algo que el cliente de pago no está dispuesto a ver. Al final se han impuesto medidas como la petición de controles previos a los rodajes e incluso algunas productoras, sobre todo de porno gay, han preferido cambiar su sede de Los Ángeles a Nevada, donde no existe esa restricción.