Empezando el 1 de febrero, Netflix incorporará en su catálogo en los próximos meses las películas del Studio Ghibli. Aunque ya no hace falta presentarlas, no está de más recordar que Miyazaki no solo es un genio de la animación, sino que procura que en cada una de sus películas se pueda extraer una lectura pedagógica. Uno de sus temas favoritos es el ecologismo.

El ecologismo de Miyazaki

Claros referentes de su bandera ecologista son dos de sus películas más emblemáticas: Nausicaä del Vale del Viento (1982) y la Princesa Mononoke (1997). En ambas películas, las heroínas deben luchar contra el invasor, que se trata del propio ser humano.  Este lo destruye todo a su paso, sin preocuparse por las consecuencias, especialmente las que afectan a los habitantes de los espacios naturales. Así es como la tierra es representada en las películas de Miyazaki como la fuente de aquello divino y, por tanto, el centro mismo de la vida. A pesar de ello, por las ganas de poder, el egoísmo y la codicia, los humanos de ambas películas se lanzan a una destrucción sinsentido del mundo salvaje y la propia naturaleza se resiente, volviéndose violenta y atacando para protegerse.

Por si la alegoria no queda clara, la fábula termina con una moraleja esencial: para sobrevivir debemos cuidar el planeta-, expresándolo a través de algo más complejo que la propia divinidad: la fuerza de la vida.

Aunque queramos enriquecernos, destruir el planeta también comparta destruirnos a nosotros mismo.

Este mensaje, que lleva transmitiendo Miyazaki desde los años 80 no ha perdido ninguna vigencia y el revisionado de sus películas no solo le añade profundidad, sino que nos permite cuestionarnos cada vez más qué acciones hacemos para estar del lado de las protagonistas, Nausicaä y San.

El papel de la guerra en la agenda ecológico

Miyazaki no solo defiende el ecologismo por sí mismo, sino que comprende que el pacifisimo es la única vía para preservarnos. En la mayoría de sus películas, un conflicto bélico con armas de fuego y estrategias agresivas con la naturaleza son las que hacen girar la trama. Hablamos de Porco Rosso (1992), El Castillo Ambulante (2004) o las ya mencionadas Mononoke y Nausicaä. El mensaje que nos transmite está claro: tan solo a través de la comprensión de los unos a los otros podremos llegar a sobrevivir y, más importante, a convivir en sintonía con el mundo que habitamos, en donde reside el secreto de la felicidad.

La vida en los Kodama

Pero el secreto de la magia del Studio Ghibli no solo se encuentra en las películas descaradamente ecologistas y pacifistas, sino en aquellas que también nos hablan de la necesidad de estar conectado con la naturaleza para conseguir descubrir el auténtico significado de la vida. El máximo exponente de esto es la entrañable Mi Vecino Totoro, en el que dos hermanas se hacen amigas de un espíritu del bosque, que las ayuda a enfrentarse al cambio de hogar y a la enfermedad de la madre.

Los espíritus del bosque serán criaturas recurrentes y de formas variables en las películas del genio japonés: los redescubriremos en El Viaje de Chihiro (2001) y se transofmarán en criaturas marítimas en Ponyo en el acantilado (2008). Siempre, aparecerán para acompañar a las protagonistas a enfrentarse a su destino, en las que los elementos de la naturaleza (especialmente el aire y el agua) las llevarán a conocer una realidad que las transformará para aportarles felicidad.

Así que ahora que Netflix nos ha dado la excusa perfecta, volvamos a visitar estas películas que ya se han convertido en clásicos y que aún tienen mucho para enseñarnos.