Es tendencia y glamour en la moda, pero no hace más que darnos disgutos en otros territorios. Por ejemplo, hace cuatro años su uso sin supervisión de un adulto se desaconsejó en tareas relacionadas con las manualidades infantiles -como el de tantos otros materiales- en ciertos países, por ejemplo en Argentina, después de que varios niños lo aspiraran e incluso uno de ellos falleciera -cierto es que fue un solo caso entre una inmensidad-. Y es que las micropartículas que componen la purpurina pueden penetran en los glóbulos rojos, ocasionando neumonitis química, una irritación de los pulmones causada por la inhalación de sustancias tóxicas. También puede causar daños oculares y alergias en la piel.

Un punto en contra para el medioambiente

La purpurina contiene metales pesados, como plomo, cobre, aluminio y tereftalato de polietileno (PET) pulverizado. Eso la hace deslumbrar, pero son componentes que no se degradan hasta siglos después, y su reciclaje es prácticamente imposible debido a su minúsculo tamaño. Así lo detectó en 2014  la investigadora Trisia Farrelly de la Universidad neozelandesa de Massey, advirtiendo sobre la gran amenaza que supone el material para los océanos.

El problema de los microplásticos

Son microplásticos de menos de cinco milímetros, y atraviesan los sistemas de filtración del agua llegando al mar. Así, como otros microplásticos, cuando caen al mar, pasa a formar parte de la cadena alimentaria de la fauna marina, que la confunde con alimentos. Y la mayor preocupación resulta que estos materiales no paran de crecer. Según un informe de Live Science, en 2014 había 5,25 millones de piezas de plástico con un peso total de 268,940 toneladas en los mares de todo el mundo, y eran microplásticos un 92,4 por ciento, que se van desprendiendo de elementos de uso frecuente como botellas de agua o bolsas de plástico, pero también de cosméticos como exfoliantes o la purpurina.