Vamos, sonrían. ¿Se acuerdan de la sensación? El diente se movía, lo empujábamos con los dedos, le dábamos vueltas con la punta de la lengua, se lo enseñábamos con orgullo al primero que pasaba (puaj)… Y por fin, un día, adiós. Se caía el diente, a veces con algo de ayuda extra. Ahí se quedaba la encía desnuda, con el airecillo silbando como en un mini western. Entonces, la promesa: esa noche recibiríamos la visita del generorísimo Ratoncito Pérez, que por nuestra desdentada cara bonita nos dejaría algún regalo. Eso sí, a cambio de la pieza, que entraría a formar parte de su ingente colección de dientes. Porque en esta vida, y nunca es demasiado pronto para aprenderlo, muy pocas cosas son del todo gratis.

Originariamente, el cuento francés La Bonne Petite Souris (El buen ratoncito), atribuido a la baronesa d'Aulnoy, contaba que era un hada la que se transformaba en un roedor, y, oculta bajo la almohada, ayudaba al pueblo a derrotar a un rey tirano. Hoy, una placa conmemorativa que cuelga en el número 8 de la calle Arenal de Madrid señala el lugar exacto donde el padre Luis Coloma ubicaba al Ratón Pérez en el cuento infantil con el que, en 1894, introdujo esta historia en España al contársela al futuro rey Alfonso XIII cuando este, siendo todavía un niño, empezó a desprenderse de sus dientes de leche.

Y en ese punto de Madrid hace años que abrió sus puertas la Casa Museo que homenajea al que probablemente sea el ratón más famoso del mundo, con permiso de Mickey Mouse, y que “en su anhelo por colaborar con la ciencia y contribuir en la investigación y evolución” ha participado en numerosas ocasiones en campañas de recogida y análisis de dientes de la mano del CENIEH (Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana), según expresa la entidad en su página web. Y es que los dientes de leche, añade, “son como cofres que guardan en su interior un tesoro que podría curar a su hijo en un futuro”, tal como señala, puntualiza también, un reciente estudio del Centro Nacional para la Biotecnología de los Estados Unidos, “que revela que las piezas dentales contienen células madre que, por haber estado menos expuestas a daños medioambientales, pueden ser de gran ayuda para regenerar otras partes del cuerpo dañadas. Y sin riesgo de rechazo”.

Larga vida al Ratón Pérez. Padres, madres y demás familia, "guardad y proteged cada pieza como apuesta de futuro", podréis necesitarlos “para salvar vidas".