El silencio agónico de las calles españolas terminó la madrugada del 20 de noviembre. No eran todavía las 5.00 de la mañana cuando la agencia de noticias Europa Press publicaba la gran exclusiva de su historia en un teletipo rápido y enviado a las 4.58 con el siguiente encabezado: "Franco ha muerto. Franco ha muerto. Franco ha muerto”. Habría que esperar hasta la apertura de la agenda informativa de TVE para ver a Carlos Arias Navarro, presidente del Gobierno en aquel momento, dirigirse a todo el país para confirmar lo que durante varias horas se esperó de forma súbita, impaciente, emocionalmente contenida: “Españoles... Franco ha muerto”, arrancó con voz entrecortada. “El hombre de excepción que ante Dios y ante la historia asumió la inmensa responsabilidad del más exigente y sacrificado servicio a España ha entregado su vida quemada día a día, hora a hora, en el cumplimiento de una misión trascendental”, proseguía el dirigente.
Un discurso lento y trascendental en la historia de España, guardado bajo llave en los archivos del ente público, con el que Arias Navarro, tras varios minutos de halagos al recuerdo del dictador y de reclamar a los españoles que no convirtiesen le pena en abatimiento, concluía leyendo íntegramente un mensaje póstumo escrito por el propio Franco en las postrimerías de su agonía. En este escrito, terminado con los habituales arribas y vivas a España, el dictador reclamaba a sus feligreses no doblegarse ante los enemigos de la nación y de la cristiandad deponiendo sus intereses personales en pro de la defensa y la unidad de España. Para ello, Franco reclamaba lealtad -“con el mismo afecto que a mí me habéis brindado”- con su sucesor, el rey Juan Carlos I.
Se abría después de este mensaje un tiempo de esperanza contenida en la sociedad. El “Franco ha muerto” de Europa Press y de Arias Navarro, así como el de los ministros franquistas que le acompañaron posteriormente, devino en días de agitación y nerviosismo por el futuro de la nación. España llevaba semanas sumida en el desconcierto: todo el mundo sabía que las enfermedades que mantenían al dictador en cama eran fuertes, pero los servicios de información de la dictadura ofrecían partes difusos, cortos y a cuentagotas. Aquel 20 de noviembre, coincidiendo en fecha con la muerte pretérita, en 1936, de José Antonio Primo de Rivera (lo cual sigue dotando la fecha de un simbolismo especial para los nostálgicos del régimen), se daba por cerrada un mandato del dictador que rigió España durante 36 años tras los tres de Guerra Civil.
Tras su muerte el 20 de noviembre la actualidad avanzó de forma rápida, sin pausa: capilla ardiente, proclamación solemne en las Cortes Franquistas de Juan Carlos I como rey, misas, despedidas, corteje fúnebre hasta el Valle de los Caídos y sepulcro en la Basílica donde permaneció con honores hasta que el Gobierno, en octubre de 2019, consiguió finalmente doblegar a fuerzas como PP y Ciudadanos -que se oponían en el Congreso-, así como a la familia y la Fundación Franco -que lo hacían en los tribunales-, y trasladar en helicóptero los restos mortales del dictador al panteón familiar del cementerio de Mingorrubio, en El Pardo, donde yace también el cuerpo de su esposa Carmen Polo.
Los días posteriores
La muerte de Francisco Franco contó con varios días de ajetreo, lágrimas de sus feligreses y nervios de quienes veían en el fallecimiento del verdugo un halo de esperanza. Finalmente, y sin que por el momento exista certeza de en qué momento se decidió que el sepulcro se realizase de tal forma, fue el 23 de noviembre cuando los restos mortales de Franco fueron trasladados al Valle de los Caídos en un funeral de Estado plenamente militarizado y controlado ampliamente por los servicios del régimen -antes de ese día, se abrió una capilla ardiente que acogió a miles de personas y tuvo lugar la proclamación del rey Juan Carlos I como sucesor-.
Aquel 23 de noviembre, no faltaba nadie próximo al régimen: políticos, militares y autoridades religiosas acompañaban el cuerpo del difunto. No obstante, menos numerosa fue la presencia de autoridades internacionales, resumiéndose en apenas un puñado de nombres: el dictador chileno Augusto Pinochet, el Rey Hussein de Jordania, Rainiero de Mónaco, la primera dama filipina Imelda Marcos y el vicepresidente de Estado Unidos, Nelson Rockefeller.
Ataviado con el traje de capitán general, el adiós a Francisco Franco contó con varios momentos y localizaciones durante las 72 horas que transcurrieron entre el anuncio del fallecimiento y su entierro. Primero, fue la familia y las personas más cercanas quienes pudieron velar su cuerpo en una capilla en El Pardo. Posteriormente, su cuerpo fue expuesto en una capilla ardiente en el Palacio Real, por donde desfilaron miles de personas.
El día 23, después de que el recién proclamado rey Juan Carlos enviase una carta al Abad del Valle de los Caídos, primero se ofició un funeral en la plaza de Oriente, presidido por los Reyes. Fue después cuando su ataúd fue cortejado hasta el Valle, entregado por los familiares a los benedictinos, coreado con cánticos que iban desde el Cara al Sol hasta el Himno de la Legión y finalmente enterrado entre las salvas de ordenanza y el himno de España interpretado por el órgano de la Basílica: “En la historia quedará escrito que a las 14:11 del domingo 23 de noviembre de 1975 en la Basílica del Valle de los Caídos fue inhumado Francisco Franco (…) La losa, con forma de trapecio semicircular, realizada en granito y con un peso de 1.500kg, es colocada sobre la fosa”, narraba TVE.
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