La radio fue un elemento crucial durante la dictadura franquista. Radio Nacional de España, al servicio del régimen, se convirtió en un elemento clave a través del que canalizar la propaganda, censurar a los díscolos e instrumentalizar a la sociedad, mezclando los partes informativos que ensalzaban a Francisco Franco con formatos con los que mantener mansa a la ciudadanía en momentos de penumbra, hambre o represión. 

No obstante, y pese a que el dictador se encargó concienzudamente de albergar el monopolio de la información, obligando en todo momento a sintonizar los discursos y comunicaciones oficiales, hubo quienes desde el exilio consiguieron sortear la censura y sintonizar un mensaje alternativo, real y combativo con el franquismo. Esta es la historia de Radio España Independiente (1941-1977), más conocida como La Pirenaica, la emisora del Partido Comunista de España (PCE) que se fundó en Moscú y contó con Dolores Ibárruri, Pasionaria, como primera directora. 

Los tiempos siempre son importantes, pero en el caso de La Pirenaica enmarcan a la perfección cuál fue la valiente labor realizada de forma clandestina tanto en directo como a través de cintas magnetofónicas. El primer mensaje, en 1941, nació de la rabia de Stalin al escuchar a Ramón Serrano Suñer, plenipotenciario de Exteriores de Franco, presidente de Falange y creador de la División Azul, acusar a Rusia de ser “culpable” de la Guerra Civil Española y animase a su exterminio: “Aquí Radio España Independiente, estación pirenaica, la única emisora española sin censura de Franco”. El último, en cambio, se emitió desde Madrid en julio de 1977 narrando en directo la sesión inaugural de las Cortes Constituyentes: "Si nuestra labor ha servido en algo para la reconquista de la democracia, damos por bien empleado el esfuerzo”.

Entre estas dos conexiones, hubo miles, certeras y desde distintos puntos de localización que supusieron un dolor de muelas para el gobierno de Franco, que cayó desde el primer momento en la trampa de la “estación pirenaica”, un señuelo para hacer creer al fascismo español que la emisión se realizaba junto a la cordillera de los Pirineos, en la nuca de España: “El carácter clandestino de La Pirenaica impuso el secreto: jamás sería conocido el paradero exacto desde donde llegaba a España la voz del exilio comunista. Y nació la leyenda: ¿Toulouse? ¿Andorra? ¿Praga?”, definen a la perfección Armand Balsebre y Rosario Fontova en Las cartas de La Pirenaica. Memoria del Antifranquismo (Ediciones Cátedra). 

Estas emisiones, las únicas, junto a las de la BBC en castellano y las de Radio Francia Internacional, que se oponían abiertamente al régimen franquista, no fueron sencillas. Hizo falta una amplia red de corresponsables dispuestos a jugarse la vida en el centro del silencio. Escuchar “La Pire”, “a los enemigos de España” según el régimen franquista, podía comportar penas de prisión. De hecho, el propio Franco, desesperado por acabar con estas comunicaciones, encontrar a sus responsables y lograr saber desde dónde se emitían estos boletines transparentes y en lenguaje coloquial que desestabilizaban su monopolio informativo, encargó a su ministro de Presidencia, Luis Carrero Blanco, la creación del Servicio de Interferencia Radiada (SIR) con el único objetivo de acabar con Radio España Independiente. 

El correo de La Pirenaica 

Especialmente importante en la historia de esta radio clandestina fue la lectura de cartas llegadas desde España o el exilio de oyentes que conseguían burlar la censura del totalitarismo e informar a tiempo real sobre lo que estaba pasando: historias humanas, crueles, denuncias con nombres y apellidos que desde el anonimato escuchaban miles de personas con el volumen muy bajo, evitando a los vecinos, escapando de la denuncia, reivindicando la libertad. 

Estas cartas, de las que actualmente se conservan cerca de 15.500 en el archivo histórico del PCE (AHPCE), fueron enviadas por personas sencillas -mineros, amas de casa, obreros de todo tipo-, pero también por combatientes, profesores y gente que otrora había formado parte de la primera línea del antifranquismo. Los ojos y oídos de La Pirenaica.

“Es el camino a seguir, 

por el cual luchan mineros

unión a estos asturianos 

y seguro que triunfaremos.

 

El triunfo lo tenemos todo

siguiendo a los asturianos

y dejar de ser muy pronto

trabajadores explotados 

 

Abajo la explotación

fuera las injurias

¡Viva la revolución

y los mineros de Asturias! 

Este poema, escrito por un oyente jienense identificado con las iniciales A.C.P, titulado “Asturias nos indica el camino” y guardado en la carpeta 174/1 del archivo del Partido Comunista, acabó convirtiéndose en una consigna comunista emanada del ejemplo de las protestas sindicales de 1962 con las huelgas asturianas. 

Esta es solo una de las más de 15.000 cartas que aun se conservan, y que ponen en valor el fondo documental del archivo del PCE. Tal y como trasladan Balsebre y Fontova a modo de conclusión en el libro previamente mencionado, “este fondo documental posee un valor de conjunto que excede la memoria privada, el relato íntimo e individual, para conformar un relato público y colectivo sobre un periodo determinado del franquismo”.