En los últimos meses, Mar y Antonia han roto años de silencio para hablar de las violencias que aseguran haber sufrido. Lo han hecho desde lugares muy distintos —una autobiografía y una entrevista—, pero ambas han coincidido en algo: tras dar el paso, los focos se giraron hacia el morbo, la duda y el escarnio.

Mientras Mar Flores relataba episodios de maltrato por parte de su exmarido, Carlo Costanzia, y Antonia Dell’Atte denunciaba agresiones de Alessandro Lequio, los programas de entretenimiento volvieron a demostrar su falta de perspectiva de género. Creíamos que después de la redención con el caso de Rocío Carrasco, los medios de comunicación habían aprendido algo. Y algunos sí lo han hecho, como parte del universo Sálvame. Pero la mayoría de periodistas y programas se aferran a un punto de vista rancio, dañino y poco empático, carente de sensibilidad con este tema, más propio de la prensa del corazón de los noventa que de una sociedad avanzada del siglo XXI.

En primer lugar, porque se sigue dando voz a este tipo de hombres. Se les ofrecen espacios, fijos u ocasionales, en los que vomitan todo tipo de argumentos misóginos sin que nadie les diga nada. Es un masaje en toda regla, cuya razón de ser sigue siendo difícil de explicar. Y no sólo es Telecinco la culpable. Recordemos que El Mundo publicó en diciembre de 2022 una entrevista con Carlos Navarro, El Yoyas, cuando estaba en busca y captura por un delito continuado de malos tratos contra Fayna Bethencourt.

Asistimos, una y otra vez, a una estrategia tenebrosa: en los medios se diseccionan los testimonios que ellas narran como si fueran capítulos de un culebrón, con los supuestos agresores pavoneándose por los mismos platós, opinando, negando o riendo, mientras las víctimas son tratadas como un chiste, como parte del espectáculo.

Se confunde la duda con la imparcialidad y se convierte el sufrimiento de estas mujeres en contenido de tertulia. Y se repite el mismo guion: se analiza el tono, la expresión o el tiempo que ellas han tardado en hablar, o cómo han hablado; también se usa como arma su comportamiento, cómo se visten o qué tipo de vida llevan; pero casi nunca se tiene en cuenta el contexto de violencia estructural en el que estas historias se producen.

Este tratamiento mediático no es inocuo. Esto no es entretenimiento. No es prensa del corazón

Al banalizar o poner en duda los relatos de mujeres que denuncian cualquier tipo de agresión, los medios contribuyen a mantener el miedo, el descrédito y la soledad que acompañan a las víctimas de violencia de género. Cada vez que se ridiculiza, se cuestiona o se convierte el testimonio de una mujer en espectáculo, el mensaje que reciben el resto en sus casas es claro: “mejor no hablar”.

La credibilidad de las víctimas sigue siendo una asignatura pendiente en nuestro sistema jurídico. También en nuestra sociedad. El sensacionalismo no solo daña a quien se sienta frente a las cámaras, sino que silencia a quienes aún no se atreven a hacerlo fuera de este mundo. Para muchas víctimas, ver cómo figuras públicas son juzgadas o desacreditadas tras contar su historia tiene un impacto emocional real. Según la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2019, solo el 21,7 % de las mujeres que han sufrido violencia de género (física, sexual, emocional) llegó a denunciar los hechos. O dicho de otro modo, casi ocho de cada diez víctimas nunca lo hicieron, lo que confirma que la violencia machista sigue siendo un delito profundamente infradenunciado. De hecho, alrededor de la mitad de las encuestadas afirmó que resolvió la situación sola. Ni denunció ni acudió a recursos especializados en violencia machista. Al preguntar por los motivos para hacerlo así, un 10 % dijo que por miedo y un 17 % por vergüenza.

No cabe sino afirmar que la cultura del escarnio público refuerza ese temor y aumenta la vulnerabilidad y los riesgos a los que están expuestas dentro de esas relaciones con violencia.

Y a esto se suma un fenómeno más reciente: la violencia mediática. Aunque aún no figura en todos los marcos legales, cada vez más expertas la señalan como una extensión del patriarcado en los medios de comunicación. Ocurre cuando las mujeres son sometidas a escrutinio, ridiculización o deslegitimación por hablar. En lugar de cuestionar las estructuras que permiten la violencia que están contando, se las somete a un nuevo juicio, ahora televisado. Muchas mujeres víctimas de violencia de género, a través de las pantallas, comprueban con estupor como un testimonio desgarrador va acompañado, en muchas ocasiones, de una reacción violenta. A veces, incluso, por parte de tu propia hija. O, como mínimo, de una cobarde equidistancia de tu propio hijo. Agrandando aún más la herida. Potenciando el no ser creída.

Los medios tienen una responsabilidad ineludible: no causar daño

Informar con rigor sobre violencia machista no consiste en evitar el tema, sino en abordarlo con perspectiva, contexto y respeto. Eso implica preguntar con cuidado, verificar sin morbo y no ofrecer espacio de impunidad a quienes desacreditan a las víctimas desde un plató. Porque los códigos deontológicos del periodismo, tanto el español como el europeo, insisten en el principio de no revictimización. Sin embargo, en la práctica, muchos formatos priorizan la audiencia sobre la ética, generando así una paradoja peligrosa: los medios que deberían amplificar las voces de las mujeres acaban amplificando el eco de sus agresores.

Mar Flores y Antonia Dell’Atte no son solo dos casos mediáticos. Son dos espejos donde se reflejan los mecanismos del descrédito, la espectacularización del dolor y la falta de responsabilidad informativa. El problema no está en ellas por hablar, sino en cómo las escuchamos y las tratamos.

Hay quienes basan el tratamiento mediático que ofrecen de estos casos en la imagen que tienen de estas mujeres. Según lo bien o mal que les caigan, así tratarán el tema, ignorando que esa imagen ha sido producto del propio sistema a lo largo de los años. La industria de la información y de la comunicación no ha estado, ni está, libre de sesgos machistas. Lo que en un hombre se ve como éxito o valioso, en una mujer se usa para denostarla. Y en 2025, así seguimos.

Mientras se siga premiando el morbo sobre la verdad y las audiencias sobre la reparación, cada testimonio valiente quedará enturbiado. En ese ruido, el silencio volverá a imponerse sobre la palabra.

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