Hace unos días, alguien escribía su experiencia un verano con la taquigrafía. En ese post, tras mencionar lo que se perdió cuando era adolescente, recordaba su autor las ventajas de aprender a manejar una máquina de escribir con más de dos dedos. De lo narrado en ese relato han pasado unos cuantos años, pero lo de la protagonista de esta semana en Los nuevos viejos tiempos, viene de mucho más lejos.

La máquina de escribir, aunque a algunos pueda sonarles a chino, sobre todo a las nuevas generaciones, es uno de los inventos tecnológicos de nuestro tiempo (entendiendo este de una manera amplia). Su aparición supuso un avance importantísimo en muchos aspectos de la vida cotidiana. Se da la circunstancia de que, como en otros casos, no existe unanimidad a la hora de hablar de un inventor de este artilugio.

Parece que hay constancia de que algo parecido a una máquina de escribir apareció en 1714, a través de la patente conseguida por Henry Mill. Después, más fechas están marcadas en rojo en su calendario de desarrollo, sin embargo quizá una de las más importantes ha sido 1843. En ese año, el estadounidense Charles Grover Thurber incorporó por vez primera un rodillo cilíndrico sobre el que se sitúa el papel. Este mecanismo permitió los espacios entre líneas.

Primer éxito comercial
A diferencia de otros inventos coetáneos o posteriores, la máquina de escribir obtuvo su primer éxito comercial relativamente pronto. No obstante, quedaba mucho camino por recorrer y fue en 1868 cuando Sholes patentó su máquina. Esa patente se vendió por poco más de 10.000 dólares a una empresa que, a su vez, llegó a un acuerdo con una compañía cuyo apellido se unirá durante siglos a las máquinas de escribir: E. Remington and Sons.

Remington, sobre la base de las máquinas de coser a cuya fabricación se dedicada, enseguida empezó a diseñar su particular máquina de escribir y a principios de 1873 apareció la primera de carácter industrial.

A partir de ese momento, las evoluciones que siguieron incidieron en la solución de problemas de ese primer modelo Remington (quien, por cierto, nunca llegó a comercializar por su excesivo precio), por ejemplo, poder ver lo que se va escribiendo o reducir su enorme tamaño. Otro inconveniente era que solo disponía de letras mayúsculas, cuestión que cambió en 1878.

El ruido de las teclas
La máquina de escribir, ya en los años 20 del siglo pasado, disponía de unas características estándar, con algunas variaciones. Antes, se produjo otro hito importante puesto que las de tamaño pequeño y portátiles que se servían del servicio de línea de linotipia aparecieron en 1912.

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Y también en esto alguna compañía hoy centrada en las nuevas tecnologías, vio el filón de nuestra protagonista. IBM se lanzó con las máquinas de escribir eléctricas, todo un avance al que también se sumó Remington Rand, si bien el modelo Selectric de la primera triunfó por todo lo alto gracias a la incorporación de unas bolas de tipo que reemplazaron a las barras, lo que, entre otras cosas, permitía que no se produjeran atascos al pulsar dos teclas a la vez, como ocurría con el anterior sistema.

Una marca mítica
Sin duda, si se habla de la historia de la máquina de escribir y lo que supuso para la sociedad este invento, no se puede pasar por alto un nombre: Camillo Olivetti. Este italiano puso en marcha su fábrica en 1908 y rápidamente empieza a crecer su negocio.

En nuestro país, esta marca es muy conocida aunque quizás lo que no se sabe es que Olivetti amplió y diversificó su negocio con otros avances relacionados con la máquina de escribir (fue uno de los pioneros con las portátiles), además de calculadoras, télex y hasta muebles de oficina. Fue el encargado de producir el primer ordenador de Italia en 1959.

Y llegaron los ordenadores
A pesar de que las máquinas de escribir siguen existiendo, solamente son utilizadas por algunos nostálgicos. La aparición de los ordenadores personales conllevó su relevo, debido a que las computadoras ofrecían más y mejores prestaciones.

El cine y el periodismo, una vez más, han sido testigos de los cambios, de la transformación de una profesión que, en su época moderna, empezó a escribirse a máquina, para pasarse a los teclados conectados a una gran pantalla de ordenador. Eso sí, la disposición de las teclas de los segundos copia (casi a pies juntillas) la que utilizaban las máquinas de escribir.

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