Los tsunamis pueden quedar muy espectaculares en películas y series como Lo imposible. Pero la realidad es que son devastadores y tienen un impacto enorme en las personas, las costas y la economía.
Por eso, cada 5 de noviembre, conmemoramos el día mundial de Concienciación sobre los Tsunamis, impulsado por las Naciones Unidas desde 2015, con el propósito de aumentar la comprensión sobre estos fenómenos y promover medidas de preparación y resiliencia frente a ellos.
El conocimiento científico, la educación y la planificación son las mejores defensas contra los tsunamis
Con la celebración de esta jornada, la ONU busca recordar que el conocimiento científico, la educación y la planificación son las mejores defensas frente a una amenaza natural que, aunque infrecuente, puede tener consecuencias devastadoras.
El origen más común de un tsunami es un terremoto submarino de gran magnitud
Qué es un tsunami y cómo se forma
La palabra “tsunami” procede del japonés tsu (puerto) y nami (ola) y describe una serie de olas de gran energía que se generan cuando una masa de agua se desplaza de manera repentina. El origen más común de un tsunami es un terremoto submarino de gran magnitud, que eleva o hunde el lecho marino, desplazando una enorme cantidad de agua. También pueden generarse por erupciones volcánicas submarinas, deslizamientos de tierra o incluso explosiones atmosféricas que transmiten presión a la superficie del océano.
En mar abierto, un tsunami puede pasar inadvertido. Sus olas, aunque de pequeña altura, tienen longitudes de hasta cientos de kilómetros y pueden viajar a más de 700 kilómetros por hora. Sin embargo, al acercarse a la costa, el fondo marino tiene menor profundidad y la energía de la ola se concentra verticalmente, lo que eleva su altura y su poder destructivo. Por eso, es cuando se produce el impacto más devastador, capaz de arrasar construcciones, arrastrar vehículos y modificar el paisaje costero en cuestión de minutos.
La dimensión humana del riesgo
La ONU estima que más de 700 millones de personas viven actualmente en zonas costeras expuestas al riesgo de tsunamis. La densidad de población, la expansión urbana hacia las playas y el cambio climático, que eleva el nivel del mar, aumentan la vulnerabilidad global.
Aunque los tsunamis no son tan frecuentes como otros desastres naturales, su capacidad destructiva es incomparable: pueden afectar regiones separadas por océanos, generar miles de víctimas y alterar comunidades enteras.
Los efectos sobre las personas son múltiples. Las pérdidas humanas suelen producirse por ahogamientos y derrumbamientos de edificios. La destrucción de viviendas, carreteras e infraestructuras básicas deja a miles de personas sin hogar ni acceso a servicios esenciales.
Las consecuencias económicas se prolongan durante años, con interrupción de actividades productivas, desempleo y desplazamientos forzosos.
Además, los tsunamis dejan un fuerte impacto psicológico y ambiental: la contaminación del agua, la pérdida de suelos fértiles y el daño a ecosistemas como manglares y arrecifes reducen aún más la capacidad de recuperación.
Peligro
El principal desafío que presentan los tsunamis es su imprevisibilidad temporal. Aunque la ciencia puede detectar terremotos y modelar posibles olas, a menudo la población costera dispone de pocos minutos para reaccionar.
A esto se suma la falsa sensación de seguridad que existe en muchas zonas en las que el riesgo parece remoto. Sin embargo, los tsunamis generados lejos de la costa —conocidos como teletsunamis— pueden cruzar océanos enteros y llegar a lugares donde nadie los espera, como demostró el del Índico en 2004.
Ciencia, alerta temprana y educación
La ONU, la UNESCO y el Centro de Alerta de Tsunamis del Pacífico insisten en que la única forma de reducir el impacto de estos fenómenos es invertir en sistemas de alerta temprana, infraestructuras seguras y educación comunitaria.
Hoy, existen redes globales de sismógrafos, satélites y boyas oceánicas que permiten detectar los desplazamientos del mar y enviar avisos a las autoridades en cuestión de minutos. Los modelos hidrodinámicos y las simulaciones por ordenador ayudan a anticipar cómo y dónde podría golpear uno, lo que facilita la planificación territorial.
La educación pública es otro pilar esencial. Conocer las señales naturales —como un fuerte terremoto o la repentina retirada del mar— puede salvar vidas. La ONU promueve que todas las comunidades costeras cuenten con planes de evacuación, rutas seguras hacia zonas elevadas y protocolos de emergencia inclusivos que tengan en cuenta a las personas mayores, con discapacidad o que viven en áreas remotas.
El desafío para España y el Mediterráneo
Aunque los grandes tsunamis suelen asociarse al océano Pacífico, el riesgo en el Atlántico y el Mediterráneo también es real. Regiones como el golfo de Cádiz o el mar de Alborán podrían verse afectadas por movimientos sísmicos submarinos.
La historia recuerda el devastador tsunami de Lisboa de 1755, cuyas olas alcanzaron las costas andaluzas. Por eso, España participa en el sistema europeo de alerta temprana de tsunamis coordinado por la UNESCO, que busca fortalecer la preparación de los países mediterráneos y atlánticos.
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