Una de las grandes paradojas de la ortodoxia económica de este tiempo consiste en defender el equilibrio de las cuentas públicas como un mandato cuasi religioso y, a la par, estimular la laxitud en la llamada conciencia fiscal. Resulta evidente que el saneamiento de los presupuestos públicos depende de dos factores por igual: la austeridad en el gasto y la suficiencia en el ingreso. Sin embargo, el rigor en la exigencia del primero se corresponde con la permisividad irracional en el incumplimiento del segundo.

Los principales gurús del capitalismo especulativo festejan la rebelión fiscal del actor millonario Gerard Depardieu, que ha decidido autoexiliarse de Francia para no pagar los impuestos establecidos por el Gobierno socialista para las grandes fortunas. Depardieu y otros grandes acumuladores de riqueza, como el controvertido Arnault, descalifican el sistema fiscal de su país como “confiscatorio”.

La campaña contra los impuestos franceses coincide con una ofensiva orquestada a escala europea y liderada en España por la Fundación Impuestos y Competitividad, que augura grandes catástrofes para la economía en caso de instaurarse la llamada Tasa Tobin, o la imposición sobre las transacciones financieras especulativas. La financiación de las empresas y de las familias, dicen, se verá reducida en más de un 30%.

El propio Gobierno español acaba de forzar la aprobación de una ley que impide a las Comunidades Autónomas seguir cobrando impuestos a los depósitos bancarios, “porque pone en riesgo la estabilidad del sistema financiero”, con el agravante de que deberá compensar a los territorios, con los impuestos de todos los ciudadanos, por la merma de sus ingresos. Debe ser que la estabilidad de los contribuyentes habituales no corre ningún riesgo.

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