La lucha electoral entre Ciudadanos y el PP hace que ambos se desentiendan  irresponsablemente de la aprobación de unos Presupuestos que aseguren estabilidad y normalidad a las instituciones.

Se mantienen estancadas cuestiones tan sensibles como la revisión de la financiación autonómica, pieza clave para el buen funcionamiento de la sanidad, la educación y los servicios sociales, que tantos recortes han padecido por las políticas austericidas de los conservadores.  Tampoco se aplican en adecentar el sistema de pensiones,  violentado por el Gobierno Rajoy con sus reformas y con el vaciado del Fondo de Reserva, cuestión que propicia contundentes protestas en la calle.

PP y Ciudadanos  han mantenido posiciones muy  pasivas en los últimos debates parlamentarios para desencallar esos temas. Algo normal porque su ideario neoliberal persigue menguar el Estado - en especial el de Bienestar - para que la mayor parte de las políticas sociales pasen a la órbita de los negocios privados.

Sin embargo, batallan entre ellos para conseguir el liderazgo ultra, la postura más radical y populista en el ámbito territorial o en el de los derechos y libertades públicas. Lo hacen sin el menor complejo en la utilización de las pasiones y emociones de las personas. Tampoco parece importarles crear divisiones entre españoles sobre cuestiones que no hacen más que devaluar nuestra democracia.

Del PP no me sorprende nada, ya conocíamos aquello de “dejad caer España,  que ya la levantaremos nosotros” de Montoro, o el despectivo “pedigüeños” de Aznar cuando el Gobierno socialista  luchaba por conseguir en la cumbre europea de Edimburgo mayores Fondos de Cohesión. Por no hablar de la utilización del terrorismo para desgastar al adversario, o el uso del conflicto catalán para ganar votos en el resto del país. Ya conocíamos su ley mordaza, la devaluación de los derechos civiles, y su reforma del Código Penal absolutamente punitiva… En definitiva era notorio su amplio historial de cinismo político.

De Ciudadanos sabía de sus fobias territoriales, pero me asombra la eclosión de su amarillismo oportunista. Pasa del blanco al negro en un plisplás: veta cuantiosas iniciativas en el Congreso de los Diputados que hace poco decía defender, o es capaz de cambiar de la noche a la mañana sus posiciones sobre feminismo. Mención especial  por su reciente cambio de  postura sobre la prisión permanente revisable. Es chocante su apoyo a la posición punitiva y retrógrada de la vieja derecha que se aprovecha y manipula vergonzosamente la natural conmoción social  producida por los últimos asesinatos ocurridos. Su propuesta nos hace retroceder a 1928, sin que con ello, como afirman los expertos,  se consiga una sociedad mejor, ni se añada eficacia en la eliminación de los delitos más graves. En cambio, es obvio que comporta una devaluación de nuestros valores democráticos más básicos.

Radicalizadas y en plena batalla electoral,  las derechas cuanto más tratan de diferenciarse más se parecen.