El movimiento separatista catalán se ha llenado la boca durante estos últimos años con una frase, “això va de democràcia” (“esto va de democracia”), como permanente lema y axioma de propaganda. Con estas palabras, dichas casi a la manera de un mantra o una suerte de extraño conjuro mágico, se pretendía defender la vía unilateral a la independencia de Cataluña mediante el ejercicio de un inefable “derecho a decidir”, que en realidad no era nada más que una nueva versión del derecho a la autodeterminación -inaplicable en este caso, conforme a lo establecido en el derecho internacional y según los dictámenes de Naciones Unidas.

No obstante, ahora resulta que, ante la inminente convocatoria de las elecciones generales del próximo domingo 10 de noviembre, algunos grupos radicales del separatismo catalán parece que ya no defienden ni creen que “esto va de democracia”. De ahí que organizaciones secesionistas diversas promuevan para el próximo sábado día 9, jornada de reflexión, la ocupación de los colegios electorales, con la intención clara de impedir con ello que el 10-N puedan celebrarse en ellos las votaciones para la elección de las nuevas Cortes Generales.

¿”Esto va de democracia”? Supongo que “va de democracia” como el cierre impuesto a la brava en un importante número de centros universitarios catalanes, “porque estudiar no es un derecho, o al menos no es un derecho tan importante como el de la autodeterminación”, como opinan y sostienen sin vergüenza ninguna algunos de los dirigentes estudiantiles separatistas, empeñados siempre en acallar cualquier voz discrepante. También “va de democracia”, supongo, esta “violencia pacífica” recientemente inventada por uno de los llamados ideólogos del secesionismo. Una “violencia pacífica” que sigue sin haber sido condenada, repudiada y rechazada pública y contundentemente por el aún presidente de la Generalitat, Quim Torra, y que incluso ha sido justificada y de algún modo hasta defendida por la presidenta de la autoproclamada Assemblea Nacional Catalana (ANC), Elisenda Paluzie, con la excusa peregrina de que estas acciones vandálicas “hacen visible el conflicto” en los medios de comunicación internacionales.

Desde que Artur Mas se lanzó de repente al monte y abandonó el nacionalismo conservador para abrazar la fe separatista con la irrefrenable pasión de un converso, la sucesión de despropósitos que se ha venido produciendo en Cataluña es de auténtico escándalo. Mas tomó de forma irresponsable aquella vía para intentar ocultar las cada vez más evidentes vergüenzas de la corrupción sistémica ejercida durante más de tres décadas por su propio partido, CDC, con Jordi Pujol y toda su familia al frente, y lo hizo también para intentar disimular al menos las consecuencias sociales dramáticas que para amplios sectores de la ciudadanía catalana tuvieron sus políticas austericidas, de recortes drásticos en políticas de salud, educación, vivienda y muchas otras prestaciones sociales.

El cinismo de Artur Mas, a quien las CUP obligaron a “dar un paso al lado” para que fuese a “parar a la papelera de la historia”, condujo a un fanático como el entonces casi desconocido Carles Puigdemont a la presidencia de la Generalitat. La concatenación de extraordinarios despropósitos, disparates enormes y todo tipo de ilegalidades llevadas a cabo por Puigdemont y los suyos llevaron no solo a una causa judicial de terribles consecuencias para todos los encausados, sino también a la sustitución de Puigdemont por un simple activista “friki”, Quim Torra, que nunca ha ocultado su fascinación por algunos de los sujetos más abyectos y turbios de la política catalana de los años 30 del siglo pasado.

Lo que acabe sucediendo en Cataluña durante los próximos días, y de manera muy especial durante el próximo fin de semana, puede tener consecuencias todavía mucho más graves que las que hasta ahora ha tenido el maldito y afortunadamente ya fracasado “proceso de transición nacional” iniciado con tanta inconsciencia por Artur Mas, llevado al paroxismo de la irresponsabilidad política por Carles Puigdemont y que Quim Torra, con sus “apretad, apretad” dirigidos a los esforzados practicantes de la “violencia pacífica”, puede acabar por destrozar lo poco que queda aún de convivencia en Cataluña.

Si queda al menos una sola voz sensata en el mundo del separatismo catalán, todavía está a tiempo de advertir que ahora sí es verdad que “esto va de democracia”, de democracia de verdad. De la democracia propia de un auténtico y poderoso Estado social y democrático de derecho, y que, por ello, las consecuencias de todo tipo que puede tener cualquier intento de impedir el libre y pacífico ejercicio del legítimo y legal derecho al voto pueden ser enormes. Consecuencias políticas y sociales, y también penales. Conviene que lo sepan todos, no sea que luego salgan diciendo de nuevo que lo que hacían no tenía importancia, que simplemente “jugaban al póker e iban de farol”...