La celebración de la Diada, en su versión independentista, ha ratificado las expectativas. El independentismo sigue vivo pero no exultante ni siquiera optimista. Una manifestación de cien mil personas ha bastado para certificar que siguen ahí. Sin más. También se cumplieron los temores de los dirigentes de ERC: han pasado a engrosar las filas de los botiflers (traidores), según los guardianes de las esencias a quienes tienen por socios de gobierno. Si la celebración del 11 de Septiembre tenía que ser un instrumento de presión al gobierno Sánchez en vistas a la previsible reunión de la Mesa de negociación, no hay duda que la parte de la Generalitat llegará debilitada por la división de opiniones sobre la misma. Pedro Sánchez es el único que puede ofrecer oxígeno a Pere Aragonés, en justa contraprestación a la fidelidad de ERC en el Congreso. 

El partido de los botiflers  ya podría alcanzar la mayaría absoluta del Parlament de ser capaces Salvador Illa, Oriol Junqueras y Ada Colau de ofrecer una propuesta electoral conjunta. Esta es una hipótesis irreal a día de hoy y por algunos años todavía lo será. Los republicanos han optado por hacer oídos sordos a las acusaciones azuzadas por Junts y la CUP; confían en obtener algún crédito en la negociación con el gobierno central que les compense de tanta desconsideración por parte de quienes (muchos) siguen soñando con la unilateralidad.

La división en el movimiento independentista sobre la Mesa que todavía no está convocada quedó inequívocamente reflejada durante la fiesta nacional de Cataluña. PSC, ERC y Comunes la defienden incansablemente, mientras que Junts, la CUP, la ANC, Ciudadanos, PP y Vox la combaten frontalmente por razones diferentes y contrarias, obviamente. De todas maneras, Junts acompañará a ERC en la próxima reunión, con la ilusión indisimulada de poder anunciar su fracaso cuanto antes mejor.

La insipidez de la programación independentista durante la Diada magnificó la sensación compartida, esta si, de haber perdido la iniciativa frente al gobierno central. Salvo los beneficiados con la medida de gracia, el resto de dirigentes independentistas todavía no han interiorizado el cambio de plano que suponen los indultos que consideran un factor desmovilizador. De hecho, les cuesta introducir en su retórica rutinaria la concesión de la libertad a los condenados por el Tribunal Supremo aunque la agenda de los agraciados se lo recuerda de forma permanente. La tendencia natural es minimizar la trascendencia de los indultos que nadie quiere capitalizar, salvo Pedro Sánchez, el PSC y los Comunes, por supuesto.

Celebrada la Diada con más pena que gloria por parte de ERC, los republicanos deben enfrentar ahora la reunión de la Mesa. Lo tradicional en esta posición de desventaja es que sus portavoces eleven el tono de sus reivindicaciones extra constitucionales para no empeorar su crédito ante la legión de los decepcionados. Podría parecer un nuevo error táctico dado la nula  predisposición manifestada por el gobierno de Sánchez a conceder ninguno de los dos desiderátums (amnistía y autodeterminación) repetidos ad infinitum por Pere Aragonés. Sin embargo, probablemente no lo sea, no porque vayan a conseguirlo, sino porque les sitúa, como en el caso de los indultos, en la posición de aceptar lo que el gobierno central pueda conceder sin necesidad de valorarlo positivamente por no incluir la satisfacción de sus mantras.

El error cometido por la Generalitat con la ampliación del aeropuerto, dejándose señalar inequívocamente como responsables de la perdida de una inversión de 1700 millones directos por parte de AENA en Cataluña, les servirá de caso práctico de ahora en adelante. Pedro Sánchez tiene en sus manos el balón de oxígeno que necesita ERC para mantener la fe en la negociación, sea lo que sea que el gobierno central tenga preparado para fortalecer el autogobierno catalán o para invertir como señal de buena voluntad.

A la Moncloa no puede escapársele (en todo caso en el consejo de ministros está Miquel Iceta para hacérselo ver) que solo un nuevo error del Estado, por exceso o por defecto, puede devolver al independentismo el grado de movilización y euforia de antaño, reforzando el papel de Carles Puigdemont y su teoría del cuanto peor mejor.En realidad, de no acudir en auxilio de ERC, Sánchez cometería un error doble, descolocaría al unísono a la Generalitat y a sus socios en el Congreso. Los republicanos tienen en su poder el agua bendita de la estabilidad parlamentaria y para el PSOE esta evidencia es mucho más trascendente y relevante que unos cientos de miles de manifestantes de más o de menos en la convocatoria anual de la ANC, Òmnium y la asociación de municipios independentistas.