Sé que son muchos los que consideran que la libertad de expresión no puede tener ningún límite. Lo que me pide el cuerpo, no obstante, es afirmar que solo un criminal demente puede proponer el bombardeo de Barcelona, como ha hecho Federico Jiménez Losantos, hasta ahora con absoluta impunidad. El cuerpo me pide también decir que alguien que ha escrito y publicado -y no solo en innumerables tuits sino en un buen número de artículos- comentarios xenófobos, supremacistas, racistas, insultantes y vejatorios para el conjunto de la ciudadanía española y también para la gran mayoría de la ciudadanía catalana, como ha hecho el ya electo presidente de la Generalitat Quim Torra a lo largo de muchos años -y no solo en decenas y decenas de tuits sino también en un buen número de extensos artículos-, únicamente puede ser definido como un fanático racista y excluyente, incapacitado por completo para presidir el gobierno de Cataluña.

Hoy por hoy, Quim Torra se ha convertido, probablemente muy a su pesar, en el enemigo principal del catalanismo. Porque, desde sus mismos orígenes, el catalanismo político ha intentado siempre ser un movimiento inclusivo e incluyente, que asumía la realidad diversa, plural y siempre cambiante de una sociedad como la catalana.

El nacionalismo étnico, fundamental en el País Vasco desde la fundación del PNV a causa de las concepciones raciales de Sabino Arana, por fortuna apenas ha tenido nunca ningún peso en Cataluña. Lo tuvo únicamente en algunas expresiones muy extremistas y radicales, todas ellas de inequívoco talante fascista, como las ideológicamente representadas por Daniel Cardona y sus organizaciones políticas La Bandera Negra, Nosaltres Sols y Estat Català,  que tuvieron sus reflejos criminales en las actuaciones de algunos tipejos tan siniestros y despreciables como los hermanos Miquel y Josep Badia, reconocidos torturadores y asesinos. Tanto Cardona como los Badia se manifestaron políticamente en contra de los presidentes de la Generalitat Francesc Macià y Lluís Companys, y tuvieron frecuentes contactos con el fascismo italiano y el nazismo alemán. Pues bien, al ya electo Quim Torra tipos como Daniel Cardona y los hermanos Miquel y Josep Badia le parecen grandes ejemplos a seguir. Ya estamos avisados.

Hubo también, es cierto, algún atisbo de nacionalismo étnico y excluyente por parte de Jordi Pujol, pero esto se produjo hace nada más y nada menos que en 1958, y es de justicia reconocer que la trayectoria ideológica y sobre todo la práctica política de Pujol no tuvo nada que ver con ningún tipo de etnicismo. Es cierto también que unas pocas personalidades destacadas del nacionalismo catalán, como Heribert Barrera, Marta Ferrusola e incluso más recientemente Oriol Junqueras, han recurrido también a lamentables y condenables expresiones etnicistas. Pero todas ellas han sido siempre unas expresiones muy minoritarias, sin importancia alguna en el catalanismo político.

Hasta ahora, claro. Porque es evidente que Quim Torra es un presidente racial, que está dispuesto a excluir de la catalanidad democrática no solo a más de la mitad de los ciudadanos de Cataluña que no han dado sus votos a ninguna de las tres formaciones políticas independentistas que cuentan con representación parlamentaria -Junts per Catalunya, Esquerra Republicana de Catalunya y las Candidatures d’Unitat Popular-, sino también a gran parte de los votantes de estos tres grupos, porque en la ciudadanía de Cataluña existe una muy amplia mayoría, de cerca del 80%, que de un modo u otro se siente también española.

Será o no una simple marioneta de Carles Puigdemont, actuará o no según las órdenes que reciba de Berlín por parte del expresidente expatriado, podrá ocupar o no lo que ha sido siempre el despacho oficial del presidente de la Generalitat, tendrá o no un mandato presidencial tan breve como le imponga su predecesor, pero lo que nadie puede poner ya en duda es que Quim Torra, para la desgracia de todos los ciudadanos de Cataluña y también para el conjunto de los ciudadanos de España, es un presidente racial. Un presidente de raza, supremacista, racista y xenófobo, y que por tanto es evidentemente excluyente. Un presidente que puede acabar, al menos por mucho tiempo, con el catalanismo político de siempre, inclusivo e integrador, opuesto a cualquier tipo de etnicismo y capaz de asumir en todo momento la realidad diversa, plural y siempre cambiante de una sociedad tan viva como lo es la de Cataluña.

Como ha escrito mi admirado amigo Javier Cercas en un artículo tan lúcido como valiente, “ayer tomaron el poder en Cataluña aquellos a quienes la mayor parte del nacionalismo catalán, desde los años treinta hasta hace muy poco, consideraba extremistas peligrosos, cuando no directamente descerebrados”. Suscribo íntegramente su admirable artículo, que termina así: “En estas circunstancias, no sé si merece ya la pena pedir ayuda a un Gobierno español que ni siquiera ha sido capaz de explicar a la opinión pública europea qué es lo que está pasando en Cataluña; se la pido al Estado democrático, a los europeos, a los españoles y a los catalanes de buena fe -incluidos los separatistas catalanes de buena fe-: hay que parar esta pesadilla”.