Jordi Pujol celebra los 90 años a falta de pocas semanas para que se cumplan 6 años de su confesión como evasor fiscal. Aquel día, descendió al infierno político y social del que no ha conseguido salir, pese a los discretos esfuerzos de los más fieles entre los suyos que con el paso del tiempo han devaluado su rabia inicial hasta el simple disgusto de saber que su líder tenía oscuros intereses personales y familiares. La web de la asociación Serviol, presidida por el propio ex presidente de la Generalitat, puso en marcha una página para recoger felicitaciones por su aniversario, sumando algo más de mil mensajes, incluidos los críticos, un balance pobre para quien fue en otro tiempo todopoderoso dirigente nacionalista y padre de la patria.

Pujol siempre ha sido un hombre preocupado por lo que diría la historia de él y ahora está angustiado justamente por ello. “Un segundo condiciona una vida” dijo en su día y así fue en su caso, porque necesitó pocos segundos para derrumbar por su propia mano la columna de mármol en la que descasaba su figura política, construida a base de los elogios y la admiración de sus seguidores y también del temor de sus adversarios. El ex presidente de la Generalitat entró en barrena al señalarse como defraudador fiscal por unos dineros guardados en Andorra, unos 140 millones de las antiguas pesetas, asignados por su padre Florenci a sus nietos y a su nuera, al margen del testamento. Luego, el carrusel de sumarios abiertos pero no sentenciados contra sus hijos por maniobras financieras poco edificantes cubrió de deshonra a la familia.

A los pocos días de su sorprendente declaración fue despojado de cargos y honores. En su comparecencia ante el Parlament de septiembre de 2014 no aclaró nada, pero aprovechó para expresar su indignación por tanta ingratitud, por tanta injusticia, al considerar que no se estaba respetando el sacrificio personal de tantos años dedicados al país. No soy un corrupto repitió, simplemente una persona que invirtió su vida en la reconstrucción de Cataluña. En aquella intervención, acabó explotando ante lo que calificó como un cúmulo insoportable de mentiras y frivolidades, una ridícula causa general contra sus 23 años de gobierno, para finalizar con un airado “me da pena”, después de amenazar con agitar el árbol de la corrupción para poner a cada uno en su sitio si no amainaba la tormenta sobre su persona.

El fundador de Convergència, el ex presidente de la Generalitat, el hombre que un día creyó ser Catalunya, el gobernante que pretendió dar clases de ética desde el balcón de la Generalitat al sentirse acosado por el Estado en el caso Banca Catalana, el teórico del IVA catalán (Ideales, Valores, Actitudes) perdió los papeles en su última comparecencia en el Parlament. Seis años más tarde, plenamente consciente de que el crédito político que el creyó infinito no le aguantó ni seis meses, sueña con llegar al día en que su vindicación para la historia sea escuchada. La timidez del apoyo recibido con ocasión de su aniversario le habrá hecho ver que todavía no ha llegado el momento propicio para solicitar su rehabilitación, y que tal vez esta no llegue hasta después de su muerte.

Jordi Pujol tuvo su mérito, primero como agitador e impulsor de una generación de jóvenes católicos a los que empujó a la lucha democrática en los años 60 del siglo pasado, ofreciéndoles su proyecto de reconstrucción de país; después, como primer presidente de la Generalitat recuperada, levantando una potente administración autonómica y compaginando el verbo encendido del nacionalismo con la práctica de la política del peix al cove (más vale pájaro en mano), un pragmatismo que le dio sus frutos gracias a su habilidad en el Congreso de los Diputados, haciéndose imprescindible una día para el Felipe González y al otro para José María Aznar.

Pero Pujol también emitió suficientes señales de alarma como para hacer inexplicable la adoración ciega que le dispensó al menos la mitad del país, la que luego se rasgó las vestiduras al conocer sus debilidades y las de su familia. El joven Pujol emergió a la popularidad de la resistencia catalanista en 1960, tras impulsar la campaña contra el director de La Vanguardia, Luis de Galinsoga, por su frase “todos los catalanes son una mierda”, pronunciada en un incidente sucedido en la iglesia a la que los dos acudían a misa, aunque Pujol no estuvo presente en el preciso momento de ocurrir.

Al poco, capitalizó para la posteridad los hechos del Palau de la Música, sin haber participado en la cantada del Cant de la Senyera que provocó un buen número de detenidos, alguno de los cuales le delató como autor de una octavilla contra Franco que en aquellas fechas estaba de visita en Barcelona. Fue detenido y torturado por la policía y finalmente juzgado por un tribunal militar, ante quien negó haber redactado la octavilla pero pronunció un brillante alegato final de alto contenido patriótico. Años más tarde, admitiría haber buscado la cárcel para afrontar en mejores condiciones el futuro político que había diseñado para él y para el país. El eslogan Pujol-Catalunya fue el resultado de aquella etapa.

Aun así, accedió a la presidencia de la Generalitat en 1980 con un modesto 31,8% de los votos, gracias a la negativa de ERC de formar una mayoría de izquierdas con PSC y PSUC que habría sumado una cómoda mayoría absoluta. Su liderazgo absoluto lo construyó desde la presidencia en los siguientes años, alcanzando en tres legislaturas más del 50% de los votos. Estos son los años de oro del pujolismo. En este período se destapa el escándalo financiero de Banca Catalana, que él había creado, librándose del procesamiento en el último minuto.

En su reacción aparecen los primeros síntomas preocupantes de la doctrina de los buenos y los malos catalanes que alcanza hasta nuestros días con la variante independentista. Nosotros daremos a partir de ahora las lecciones de ética, advirtió la noche de los procesamientos, y al poco, sus excitados seguidores pretendieron entrar en el Parlament para hacérselo saber a los diputados de la oposición, especialmente a los socialistas, a los que el líder de CDC invitaba “a mandarlos a la mierda de dos en dos”, no tanto se supone por haberlo salvado del procesamiento la Fiscalía elegida por un gobierno socialista sino por el apoyo del PSC a la LOAPA.

A Jordi Pujol no se le puede atribuir ninguna relación con el movimiento independentista. Hasta hace bien poco, había negado cualquier apoyo a los independentistas, en realidad los combatió durante sus 23 años de presidente y en su juventud, tal como se lo recuerdan los militantes más viejos. Primero fue federalista, luego autonomista, tuvo su época socialdemócrata a la sueca coincidiendo con sus años de banquero del nacionalismo y ahora es un jubilado a la espera de la redención.