El próximo domingo se vivirá una nueva gran manifestación pacífica del independentismo cuyo principal resultado será reafirmar a Carles Puigdemont en su plan de entorpecer cualquier movimiento del Parlament que no sea su reconocimiento como único presidente legítimo. La mayoría soberanista de la cámara catalana no puede acceder a dicho plan porque nadie parece dispuesto a desobedecer a la justicia, salvo la CUP, y no puede enfrentarse al propósito de Puigdemont porque tienen miedo a ser señalados como traidores, tanto miedo como para renunciar a su propia legitimidad indiscutible en beneficio del legitimismo que se atribuye el expresidente.

La prioridad de Puigdemont es transparente: mantener vivo el Proceso, personificarlo hasta convertirse en leyenda viva de la resistencia al maligno Estado español, perjudicando si viene al caso el prestigio del Parlament y de la Generalitat, muy castigado ya por el 155, y condenando al país a no tener gobierno sino es el suyo. Nadie en la Cataluña independentista está en condiciones de enfrentarse en estos momentos a la voluntad de Puigdemont.

El ex presidente cuenta con una eficaz guardia de corps mediática para defender sus proclamas, ha conseguido convertir a la ANC en su aparato de movilización, mantiene entretenidos a los partidos independentistas en la negociación de pactos inútiles y observa desde Berlín como el Parlament se mueve en círculo para no pisar los bordes señalados por el Tribunal Constitucional, convocando y desconvocando sesiones de investidura improbables hasta el infinito si no fuera porque en mayo debe finalizar este tejer y destejer de presidenciables.

El nombre de Puigdemont siempre está presente en los continuos cambios de rumbo de los dirigentes de JxC y en los sumisos socios de ERC.  Aunque todos saben que su presencia para hacerse cargo de ninguna investidura va a resultar imposible por un largo tiempo. En el mejor de los casos, cuentan con que su líder señale a un diputado para que ocupe una presidencia en segundo grado, dependiente siempre de su superior criterio. Y en el peor, se preparan para modificar la ley de Presidencia para permitir una investidura telemática del diputado instalado en Berlín, esperando una nueva prohibición del Constitucional que pueda servir como argumento electoral para una nueva convocatoria inevitable y no tenga mayores consecuencias para los miembros de la Mesa.

El único político catalán que podría enfrentarse a Puigdemont es Oriol Junqueras, sin embargo, el presidente de ERC, en prisión preventiva desde hace meses, se mueve en un tipo de reclamación genérica de la formación de un gobierno como factor de normalización que no hace mella en la determinación de su antiguo socio. Junqueras tiene pendiente todavía la apelación personal y directa a Puigdemont pidiéndole su renuncia para poder acabar con el 155 y no la ha hecho porque tiene constancia de que las bases de su propio partido comulgan mayoritariamente con el legitimismo reclamado por Puigdemont.

El principal aliado de Puigdemont es Pablo Llarena, se supone que muy a pesar del juez. Al diputado de JxC le conviene la prolongación de una situación excepcional en Cataluña porque esta es la base de su discurso en su deambular por Europa como perseguido por el Estado español. Cualquier avance en la normalización política, elección de un presidente, formación de gobierno, reconsideración de la prisión preventiva de los procesados, implicaría una pérdida de protagonismo para Puigdemont.

Nada permite pensar que el juez instructor vaya a renunciar a su planteamiento maximalista que tantas críticas le consigue ni que tenga entre sus prioridades la mejora de la situación de la política catalana al borde de un ataque de nervios. En su reciente estancia en Barcelona dejó entrever bien claro en su off the record que se ve a el mismo como el brazo de la ley designado para arreglar lo que la política estropeó.

Si por Puigdemont fuera, Catalunya no tendría ni presidente ni gobierno hasta que él resolviera sus problemas con la justicia, extremo difícil de prever a corto plazo. Para su estrategia, el primer error fue poner en marcha el reloj de unas nuevas elecciones, porque su candidatura a ser investido no prosperará en el tiempo que queda, salvo milagro judicial. Unas nuevas elecciones siempre son un enigma y estas presentarían dos interrogantes muy relevantes: la posibilidad de que él no pueda ser candidato y que las candidaturas independentistas pierdan la mayoría en la cámara. Las dos hipótesis serían desastrosas para su campaña personal de convertirse en leyenda.