A propósito del caso Rocío Carrasco: sin por ello dejar de serlo, las víctimas que trafican con su dolor se desacreditan como víctimas, del mismo modo que quienes publicitan su virtud a los cuatro vientos se desacreditan como personas virtuosas. Los efectos de su virtud sin duda permanecen, pues, si han hecho el bien a alguien dicho bien no se anula porque quienes lo han llevado a cabo sean fanfarrones, narcisistas o traficantes de la moral, pero ponen éstos su propia bondad bajo sospecha al revelar, con la indecorosa publicidad de la misma, que sus intenciones no eran propiamente bondadosas sino más bien comerciales.

Con la denuncia de haber sufrido malos tratos que Rocío Carrasco viene haciendo en programas sucesivos en una cadena de televisión especializada en la producción y distribución de mugre moral sucede que la propia víctima ha puesto bajo sospecha las buenas intenciones que de antemano se atribuyen a toda víctima, ya que al decidirse Carrasco a comerciar de modo tan impúdico con su dolor es como si éste se viera fatalmente adulterado, de forma que, pasadas unas horas de la emisión, la empatía y la piedad que instintivamente sienten los televidentes ante el espectáculo del dolor ajeno acaban emponzoñadas por la sospecha de que la mujer maltratada que han visto llorar en la pantalla tal vez esté haciendo caja a su costa.

Por lo demás, los efectos virtuosos del documental parecen indiscutibles: las llamadas a los teléfonos públicos de atención a las víctimas de violencia machista se han disparado en varias comunidades. Y no solo eso, pues, más allá de las llamadas telefónicas, muchas mujeres habrán visto reflejado su propio infierno en el infierno relatado por Carrasco.

¿El bien que Rocío hace por un lado lo deshace por otro? Al contar descarnadamente la verdad pero al mismo tiempo cobrar –no menos descarnadamente– por contarla, ¿está devaluando la verdad misma o dinero y verdad van cada uno por su lado, como corriendo en paralelo pero sin tocarse el uno a la otra?

El caso Carrasco es a su manera un caso político. Las preguntas que le formulamos son también muy adecuadas a la política, un actividad que, para alcanzar el bien público, utiliza demasiadas veces malas artes, eso por no recordar la escandalosa y hedionda falta de pudor de todo político a la hora de publicitar sus méritos como benefactor de la comunidad o de mostrar sin recato las heridas infligidas por sus malvados adversarios. ¿Rociíto for president?