Lo ha glosado con precisión Paco Medina en estas páginas. Vuelve Rafael Hernando por sus fueros, que son los de la chulería política y el matonismo parlamentario. En la sesión de investidura estuvo a su altura de siempre, aunque no logró alcanzar la elevada cota de noviembre de 2013, cuando insultó a las familias de las víctimas del franquismo en un programa de televisión.

De algún modo, el fracaso de la Ley de Memoria Histórica tiene nombre de diputado por Almería y se llama Rafael Hernando. Puede que Hernando, es verdad, no sea exactamente el tipo más listo de cuantos se sientan en el Congreso de los Diputados, pero sí es –sin él saberlo, por supuesto– el paradigma de las ominosas carencias de la propia nación en materia de memoria y dignificación de las víctimas civiles republicanas de la guerra y la posguerra.

Hernando fue entonces denunciado por injurias por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica por haber dicho en el programa de contenido nacional El Cascabel al Gato –emitido por la cadena también nacional 13TV, cuyos contertulios suelen ser igualmente bastante nacionales– que “algunos se han acordado de su padre cuando había subvenciones para encontrarlo”. Muchos entonces le rieron la gracia a Hernando. Como se la rieron esta semana en el Congreso. En realidad, Hernando es quien es porque tiene su público, entre el cual se cuenta sin duda Mariano Rajoy, que lo hizo portavoz del Grupo Parlamentario del PP después de aqeulla internvención televisiva.

Una demanda así no podía prosperar pues para ello habría sido preciso demostrar que hubo ‘animus injuriandi’ por parte del diputado, y no está claro que lo hubiera. Es más: seguro que Hernando dijo lo que dijo sin tener conciencia de estar ofendiendo a decenas de miles de compatriotas (aunque compatriotas vencidos, eso sí). Dijo lo que dijo con el mismo tono liviano, el mismo gesto burlón y el mismo cínico desparpajo con que podría haber dicho cualquier nimiedad de las que se dicen en la barra de un bar después de muchas cervezas o en las tertulias del corazón después de muchos anuncios.

En realidad, una parte muy importante de la derecha nacional comparte la posición moral de Hernando, entendiendo por posición moral la indiferencia, el hastío, el desprecio o la media sonrisa de suficiencia que le suscitan las exigencias de justicia y reparación de los familiares de las víctimas. Hernando no cree que haya nada que recordar, nada que exhumar, nada que reparar. En eso no miente: no lo cree sinceramente. Y la razón de que no lo crea no es que el hombre no sea un cráneo privilegiado, aunque eso también ayude, sino que el diputado por Almería y muchísimos españoles de derechas como él siguen profesando, aun sin saberlo, un cierto franquismo de baja intensidad incapaz de advertir la crucial diferencia que existe entre la paz y la victoria. Su burla cruel de las familias de los asesinados era en verdad la burla de un vencedor, sólo que al producirse tres cuartos de siglo después de ocurridos los hechos Hernando no creía estar burlándose de nadie ni creía estar comportándose como un vencedor (franquista, por supuesto).

Repasando de nuevo su entonación y su gestualidad en aquel programa no se advierte que hubiera en él conciencia ni sospecha alguna de estar ofendiendo a los familiares de los 47.399 andaluces que, según el censo de la Junta de Andalucía de 2010, permanecen sepultados en 614 fosas sin nombre diseminadas por toda la región, por una de cuyas provincias es Hernando diputado (nacional, por supuesto). ¿Y por qué? (no por qué es diputado, que sería una buena pregunta, sino por qué no es consciente de estar ofendiendo). Por esto: porque todavía 78 años después de acabada la Guerra Civil, Rafael Hernando sigue siendo un vencedor, pero no lo sabe.