Hoy es el aniversario de la muerte de Ocaña, en 1983. Un 18 de septiembre falleció después de pelear durante semanas en el hospital, tras las quemaduras accidentales que sufrió cuando iba vestido de Sol, que le agravaron una hepatitis mal curada. Los que no pudimos conocer a Ocaña por una cuestión lógica del tiempo generacional, sólo podemos disfrutarlo a través de sus pinturas, sus canciones, sus películas…y sobre todo a través de sus amigos y sus amigas. ¡Cuánto recuerdo ha dejado en sus amistades! ¡Qué maravilla que después de su trágica muerte sigan tantas personas (per) siguiendo su sueño! Porque Ocaña es eso: un sueño colectivo.

Cualquier pintura de Ocaña es una evocación, dulce, amable, colorida, triste, directa…a lo que hay detrás del lienzo. Una evocación a las personas de carne y hueso que han sido maltratadas, que han tenido que buscarse la vida, que han soportado el patriarcado o la violencia policial…También es una evocación a la comunidad, a sus gentes, a sus viejas, a las tradiciones de todo un pueblo. Precisamente una comunidad que debe cuidar muy bien de sus gentes en estos momentos en el que para parir un mundo nuevo hay que dejar atrás lo viejo ¡y cuánto está costando dejar lo viejo!

Este verano hemos visto cómo los ataques homófobos han tomado un cariz ya extremadamente grave. Desde el asesinato de Samuel los ataques homófobos se han mulitiplicado. Increíble, en vez de ir a menos, van a más. Han sido en algunos casos en grupo, como bandas, que tenían totalmente localizada a la víctima y han generado daño y han extendido el pánico. ¿Qué mueve a un ser humano a escribirle con punta de cuchillo la palabra maricón en el trasero de su víctima? La violencia homófoba es comparable a otras que el Estado se ha puesto a combatir, como la violencia terrorista o la violencia contra las mujeres. ¿Esto no es grave? ¿esto no es para que el Estado se persone en cada uno de los casos?

Los propietarios, los bancos, los corruptos… protegen sus propiedades a golpes. Bandas filofascistas de porteros de discoteca, exagentes o simplemente imbéciles con músculo que nunca entraron en el ejército (cosa difícil, por cierto) están proliferando como empresas que “desokupan”. En sus mensajes publicitarios no se cortan en decir “donde no llega la ley nosotros sí llegamos”. Todo un clamor a la acción directa para defender la propiedad. Pues bien, ante la proliferación de estas violencias naturalizadas ¿qué hacemos? ¿cómo nos defendemos de estos ataques a las libertades básicas? Hay pocas respuestas. Una claramente es que la Justicia debería actuar ya contra estos energúmenos violentos que se escudan en un servicio pero que están naturalizando la violencia fuera del Estado, de forma organizada y pública. La segunda sería una respuesta un poco más elaborada, que en algunos países ha dado su fruto como en Chile: la organización del pueblo contra estas violencias. Vamos, no dejárselo fácil. Una batalla permanente de autodefensa, tanto preventiva como reactiva. En definitiva, no dejar que campen a sus anchas por las calles estos sicarios de la violencia, estas bandas de homófobos.

La imagen de Ocaña me devuelve la alegría que necesitamos para combatir esta violencia. Construir los lazos con la comunidad, soñar despierto con nuestra gente, hacer de la diversidad una bandera que ayude a construir una conciencia de clase nueva, distinta, heterogénea pero firme. En esto está la posible autodefensa de todas las personas que son vulnerables a ser atacadas por ser libres o buscar su espacio en el mundo. Si dejamos aislados a los violentos y el Estado los señala y encuentra fácilmente estaremos ganando una batalla fundamental: limpiar las calles de odio. Y en las calles precisamente están las pintadas que nos señalan el camino: Si les molesta tu pluma, clávasela.