Acaba de ver la luz 'Ser tú misma era un delito', un estremecedor trabajo de investigación sobre la persecución del colectivo LGTBI en la dictadura franquista. Durante 40 años el régimen castigó la homosexualidad a través de leyes como la de Vagos y Maleantes (a la que fueron “incorporados” en 1954) y la más moderna, pero no menos represora, Ley de Peligrosidad Social (1970), que se sostenían en la teoría de finales del XIX por la que el homosexual era un enfermo psiquiátrico, que debía ser aislado como un peligro social. Tampoco la Transición, como nos desvela esta publicación, fue un camino de rosas.

Juan Ramón Barbancho, doctor en Historia del Arte y miembro de la Junta Directiva de la asociación Adriano Antinoo, con una dilatada trayectoria investigadora, se adentra ahora en esta primera memoria andaluza del colectivo. Escrita con la colaboración de Alfonso Baya 'Ser tú misma era un delito' puede adquirirse en el espacio cultural 'Caótica' (Sevilla).

'Ser tú misma era un delito' son palabras textuales de Deborah Santa Cruz, una mujer sevillana y transexual, víctima de la represión franquista. ¿Qué le lleva a elegir esta frase como título para su trabajo?

Sí, exactamente, es algo que Deborah dice en el documental que hice sobre su vida. Es lo que realmente les sucedía a las vidas de los trece protagonistas del libro. Con la aplicación de la Ley de Represión y Rehabilitación Social ser homosexual o transexual era delito. Por lo tanto, era delito ser como tú realmente eras. 

¿Pretende este documento ser un primer paso para la recuperación de la memoria histórica y el restablecimiento público de la dignidad de esta parte de la población andaluza?

No es la primera vez que se escribe sobre esto a nivel nacional (están los libros de Arturo Arnalte, de Manuel Ángel Soriano y de Fernando Olmeda) pero sí que es el primero que se hace sólo en Andalucía. He pretendido crear un instrumento para que contaran una parte de sus vidas, para oír sus voces, voces que no siempre han querido ser oídas y fueron muchas veces silenciadas. Sí que es memorialista en ese sentido. Tal como se entiende en la Ley de Memoria Democrática de Andalucía, se reconoce a las personas que sufrieron persecución por su orientación sexual o de género durante la Dictadura como represaliados. Claro que es un paso más para la recuperación de esa memoria y por la dignidad de las personas. 

¿Ha sido más difícil el trabajo de investigación, la localización de documentos y el acceso a la información, o el drama de volver a enfrentar a las protagonistas con los fantasmas de un pasado de represión, escarnio, violencia…?

El trabajo de investigación como tal no ha sido muy difícil, ya conocía a Deborah y bastaba con tirar del hilo, y también otras personas como Mercedes de Pablos o Mar Cambrollé me han ayudado. La información tampoco, aún vivía en Quito cuando empecé con el trabajo, estudiando las leyes y leyendo documentos y libros y contextualizando sus vidas. Pero escuchar de sus propias voces lo que les ocurrió sí que ha sido muchas veces muy difícil. Que se te echen a llorar cuando recordaban la cárcel, por ejemplo, fue muy duro, humanamente hablando. Todos sabemos de estas historias terribles, pero conocer a quienes lo sufrieron es muy fuerte. Muy fuerte conocer las historias de quienes nos precedieron y ganaron nuestras libertades con su sufrimiento. 

En el prólogo de su libro, escrito por el histórico activista Jordi Petit, se hace referencia a la figura de “la mariquita del pueblo” como el único perfil tolerado en la época, en la medida en que servía de burla y entretenimiento. Sin duda, es un retrato duro de observar con los ojos de hoy. ¿Cree que el tiempo ha sido justo con ellos como supervivientes de esa etapa o, por el contrario, en la actualidad el homosexual que ha evolucionado hacia un perfil más cosmopolita y moderno mira a los estereotipos del pasado con cierto desdén?

Bueno, es una pregunta difícil de responder para no ser injustos. Creo que el Estado no ha sido muy justo con estas personas, con los que aparecen en el libro y con muchos más. Durante la presidencia de Rodríguez Zapatero se hizo un avance importantísimo al reconocer su represión y concederles, aunque no a todos, una compensación económica por lo ocurrido. Eso es estupendo, pero hay toda una tramitación burocrática que en algunos casos lo ha hecho difícil y en otros, imposible, como a Candela [uno de los testimonios recogidos en el libro], pero sí que hemos avanzado. Tengamos en cuenta que al tener “una mancha” en el certificado de Penales muchos no eran contratados legalmente, o no encontraban trabajo alguno, por tanto, no podían cotizar y ahora se encuentran con una pensión miserable.

Sobre la evolución del “homosexual cosmopolita”, ahí hay más tela que cortar, por eso decía lo de no ser injusto. Hay mucha gente que conoce la historia de nuestro colectivo y valora lo que han hecho nuestros mayores, cómo se fueron conquistando libertades, lo que les costó a muchos y muchas, a quienes debemos lo que tenemos ahora. Pero hay muchos otros que no la conocen, es más, a algunos no les importa o eso parece y eso es un error además de una injusticia. Como dice Jordi Petit, en cierto momento “se vaciaron las asociaciones y se llenaron las pistas de baile”. Hubo un cambio y una mentalidad que parecía que ya lo habíamos conseguido todo. Eso no es cierto y la homofobia que hay ahora mismo en muchos lados desgraciadamente lo demuestra. ¿Se mira con desdén? Pues en algunos casos sí, hay homofobia incluso dentro del propio colectivo homosexual y eso es terrible. Se mira de lado a las jóvenes transexuales y se desprecia a las personas con “pluma”. En el inicio de la lucha en España, y también después, la transexualidad y la “pluma” fueron y son un arma política y reivindicativa poderosísima. Además, criticar o despreciar a alguien por su manera de ser y vivir su homosexualidad es homofobia con mayúsculas.

Las jóvenes generaciones deberían estar obligadas a conocer su propia memoria colectiva, para agradecer a quienes consiguieron lo que tenemos. 

Barcelona como la meca de la libertad, la ciudad de la vanguardia que miraba a Europa… muchas transexuales andaluzas huyeron hasta allí para poder vivir su propia vida, ¿cree que en la mayoría de los casos lo consiguieron? ¿o se trataba de un mito más que de una realidad?

Ciertamente Barcelona era la ciudad más cosmopolita de la España de entonces, muchos se fueron allí por eso, buscando esa libertad, aunque allí las leyes, las palizas y las cárceles funcionaban igual que aquí, pero sí que se vivía de otra manera, muchos pudieron conseguir trabajo y las que querían dedicarse al espectáculo pudieron desarrollar su arte. Pero como digo la ley era igual en todas partes, por lo tanto, esa idea de Barcelona como meca de la libertad tuvo también mucho de mito. 

El 26 de diciembre de 2018 se cumplirán 40 años desde que los homosexuales fueron excluidos por fin de la Ley de Peligrosidad. Como quien dice, le pasaron dos amnistías por las narices sin tan siquiera contemplarlos a ellos. Ni los políticos más progresistas de la nueva etapa que alboreaba fueron capaces de evitar la discriminación de este colectivo. ¿Cree que se trata de cierta falta de sensibilidad o de la dureza y la profundidad con que la propia sociedad había hecho suyas las determinaciones políticas de una época tan oscura?

A los homosexuales y transexuales nunca les llegó nada, ni el efecto de las dos amnistías, ni la reducción de penas por trabajo y la libertad condicional. Entre 1975 y 1978 ciento cincuenta y un homosexuales fueron detenidos. La Transición no les tuvo en cuenta. En este sentido podemos decir que nuestra Transición fue homófoba. No sé si es tanto una falta de sensibilidad o cómo llamarle, el caso es que fue así. Por parte de la derecha por supuesto, éramos y somos delincuentes para aquellas leyes, enfermos para la psiquiatría y pecadores para la Iglesia, pero desde muchas posturas de la Izquierda tampoco estaba mejor, no hay más que leer las declaraciones de Tierno Galván en Interviú de enero de 1977 y de muchos más. Para la Izquierda marxista la homosexualidad era un vicio de la burguesía. Del PCE se expulsaron a aquellos homosexuales que eran “demasiado visibles”. ¿Qué quiero decir con esto? Que a la igualdad legal (la social aún no ha llegado) entramos por la puerta de la izquierda, cierto, pero esa puerta la abrimos nosotros, a patadas muchas veces. 

La movilización clandestina, hitos históricos como la primera manifestación del Orgullo en Barcelona en 1977, toda una lucha que ha dado frutos, y también, cómo no, ha influido en las decisiones políticas. De ser tratados como enfermos, de ser perseguidos, a vivir una realidad tan incontestable como que, junto a otros derechos, los transexuales puedan cambiar de sexo en la Seguridad Social. ¿Tienen la sensación de estar cerca de la meta de la igualdad real o, por el contrario, tienen miedo a que la incertidumbre de los tiempos que vivimos pueda derivar en retrocesos?

Sensación de estar cerca de la meta, no. Se ha hecho mucho pero aún hay mucho más que hacer. Como digo, tenemos una igualdad jurídica o legal, pero el reconocimiento a esa igualdad social aún no ha llegado. La homofobia que sigue habiendo en los colegios, las dificultades que tienen nuestros mayores cuando tienen que ingresar en una residencia, los problemas que tienen especialmente las mujeres transexuales, y también los hombres trans, demuestra que aún no está todo conseguido, aunque hayamos avanzado mucho.

Esta “nueva realidad”, como todo, unos la viven con compromiso y agradecimiento y otros más frívolamente, sin ese compromiso tan necesario. Muchos piensan que ya vivimos al otro lado del Arco Iris, como decía Dorothy, hasta que les insultan o les pegan por la calle y se les apaga la luz de verbena. 

A lo largo de su trayectoria investigadora sobre el colectivo, ¿cuál ha sido su mayor satisfacción? ¿Y su mayor frustración?

No ha habido frustración ninguna: ha sido difícil, más de dos años de trabajo para este pequeño libro, pero no hay frustración. Si no suena a excesiva vanagloria, hay una enorme satisfacción por haber podido hacer algo para dar voz a estas personas a las que me siento profundamente agradecido, por lo que hicieron, por cómo son y por cómo han abierto sus casas y su memoria.