El ex diputado de IULV-CA por Granada y ex parlamentario autonómico Pedro Vaquero ha fallecido esta madrugada víctima de un cáncer, según ha informado en un comunicado la federación de izquierdas.

Vaquero ha muerto a los 69 años en su domicilio en Granada, según ha detallado la federación de izquierdas, que ha asegurado que su fallecimiento "deja huérfanas" a esta organización y al Partido Comunista.

"Nos deja probablemente la voz más lúcida de la izquierda granadina; un político de altura y, sobre todo, un hombre que vivió coherente a los valores de solidaridad, tolerancia y justicia social que siempre defendió en la calle y en las instituciones", subraya la nota.

IU se muestra orgullosa ante "un hombre que dedicó gran parte de su vida a la lucha por la autonomía de Andalucía y por los derechos de la clase trabajadora andaluza".

Pedro Vaquero, nacido en Valladolid, casado y con tres hijos, era militante del Partido Comunista de Andalucía y de Izquierda Unida, además de afiliado de Comisiones Obreras, sindicato en el que ejerció como secretario general de la Unión Provincial en Granada desde 1990 hasta 1996.

Diputado de Izquierda Unida por Granada en las Cortes Generales desde 1996 hasta el 2000, fue también parlamentario y portavoz adjunto en la Cámara andaluza entre los años 2004 y 2012.

Entre sus publicaciones destacan 'Althusser o el estructuralismo marxista'; 'Mejorar las pensiones, más allá del Pacto de Toledo' y 'Andalucía en la crisis, la alternativa a nuestro alcance'.

Un artículo premonitorio

En el verano de 2014, Pedro Vaquero, colaborador ocasional de Andalucesdiario.es, publicaba el artículo que reproducimos a continuación, titulado 'Hacer añicos el pasado', donde hacía un agudo análisis del nuevo panorama político que se abría en nuestro país tras los resultados de las elecciones europeas. Este es el texto íntegro publicado entonces y que reproducimos como homenaje al admirado político granadino:

Tarareen conmigo: “Del pasado hay que hacer añicos…”. Pues eso es lo que está pasando. No me refiero al “efecto Podemos”, aunque también. Quien realmente está haciendo del pasado un despojo es la oligarquía neoliberal.

Dice Manuel Monereo (no se pierdan la lectura del verano: “Por Europa y contra el sistema euro”, Ed.El Viejo Topo) que esta crisis tiene tres nudos básicos: primero, el carácter periférico y subalterno de la economía española en la UE, de forma que en la práctica somos una colonia de Alemania, atenazados estructuralmente por el euro como sistema y amarrados al ajuste permanente, lo que nos desnuda ante la realidad y provoca el fin del mito de la “Europa como solución” de Ortega, que eclipsó a toda una generación, -la mía-, la que renunció a la ruptura y el socialismo antifranquista para apuntarse a la “modélica Transición” hacia una democracia constitucional que hoy se ha convertido en bellas palabras vacías de contenido ejecutivo; segundo, el agotamiento del patrón de acumulación que había dominado la formación social española, la corrupción y financiarización especulativa como herramientas, con la construcción como motor y excusa, la explotación insostenible de recursos humanos y naturales en suma, y una aparente escalada del bienestar y los derechos laborales que encerraban la trampa mortal del endeudamiento consumista; y tercero, la crisis del régimen surgido de esa transición democrática, con el “no nos representan” como slogan y las redes como medio movilizador.

Ni Europa ni bienestar ni Constitución democrática sirven ya como mitos-excusa. Eso es lo que han dicho las pasadas elecciones europeas, y lo que viene a ratificar la encuesta de julio del CIS. Los telepredicadores interpretan todo en clave “ascenso sin techo de Podemos”. Quieren elevar a San Pablo Iglesias a los altares para luego despeñarlo. Pero el cambio electoral es sólo un síntoma, y no el único ni el más importante. (Otro día hablaremos de este tema).  

Estamos en otra fase de la política. Los mayores de 45 años nos resistimos a creerlo, pero nuestro “debe”, esa herencia que queríamos dejar a nuestros hijos y nietos, se ha vaciado súbitamente, a una velocidad de vértigo: paro y precariedad, rebajas salariales por doquier, abaratamiento del despido, pérdida del poder sindical y enghetaminto de la negociación colectiva para unos pocos trabajadores fijos, privatización de los servicios públicos esenciales, cierres de hospitales públicos, copago farmacéutico, elevación de las tasas escolares y universitarias, reducción de las becas, subidas astronómicas de los recibos de la luz, el agua, la recogida de basuras… y en el horizonte, la privatización de las pensiones: la sustitución del Estado Social por el Estado Asistencial. Imparable. Sin insaciables. Y un retroceso en derechos civiles y políticos, en democracia incluso formal, que proscriben la manifestación y criminalizan a los disidentes, echan a jueces díscolos de la carrera judicial, reducen poder y representatividad municipal, autonómico, etc. Todo está escrito en la hoja de ruta que inició Zapatero chantajeado por el BCE y el Banco de España. Es el “Vichy Global”, dice Monereo. Esto es, una alianza entre el Estado alemán y las burguesías del sur de Europa para liquidar las conquistas sociales y promover de ese modo las desregulaciones de carácter neoliberal.

Así es. Rajoy ha hecho lo que se esperaba de él: engañar al personal, siguiendo las consignas del nuevo dueño de España, la Alemania de Merkel, esperando recomponer la credibilidad de su PP en base a datos estadísticos maquillados o malinterpretados, y la resignación de esa clase media depauperada que se santigua todos los días esperando no ser la próxima víctima de la crisis-estafa. Y el PSOE quiere seguir su autodesignado destino (Bad Godesberg) de rueda de repuesto del capitalismo neoliberal, cambiando una cara gastada por un perfil de actor hollywoodense, Rubalcaba por Pedro Sánchez. Falta hacía, pero ha ganado el candidato más “bizcochable” de los tres, el yerno perfecto que la burguesía europea y española querían para su hija socialdemócrata. 

La globalización ha fracasado, pues era el último episodio del imperialismo estadounidense hoy en declive. Asistimos a la desglobalización, a un ajuste geopolítico basado en el empuje económico y cultural de los países emergentes, que se organizan para repartir mejor la tarta de la riqueza mundial. EE.UU. sigue siendo gendarme del mundo, pero no puede evitar dejar traslucir sus debilidades en cada conflicto en que interviene. A Occidente le toca perder posiciones económicas, comerciales, y por tanto sociales y culturales. estamos en la fase B que Polanyi describía en su obra maestra, “La gran transformación”: la fase A, expansión sin control del mercado; la fase B, reacción de la sociedad. Léase esto a nivel mundial: fase A, globalización; fase B, desglobalización, construcción de espacios regionales, nacionalismos protectores…

No nos enteramos porque seguimos construyendo nuestro pensamiento colectivo con categorías zombis: federalismo, Europa Social, relanzamiento del crecimiento, nuevo modelo productivo, proceso constituyente europeo, etc. Nos venden que la crisis va a ser superada, que ya estamos saliendo de ella, cuando la verdad es que el pasado bienestar ya no volverá jamás. El sistema no sale de la crisis. Ellos, sí. Pero eso significa para España una vuelta al subdesarrollo, con nuevos parámetros, claro. Hay que decirlo con honestidad intelectual: no hay salidas reformistas a la crisis, salvo que queramos condenarnos al retroceso social, a la derrota y la frustración de las “nuevas esperanzas” surgidas del consenso, o de una ruptura estética, populista (de izquierdas o de derechas, términos políticos entre los que se deciden siempre los conflictos en sus puntos más álgidos).

Y lo que dicen los nuevos datos electorales es que no queremos resignarnos. Que este futuro de populismos extremos se está preparando ya. Al menos, una creciente cuarta parte del electorado (IU y Podemos), por ahora, no se resigna y busca salidas nuevas. Llegará al tercio en las próximas contiendas electorales. Porque hace falta una ruptura democrática, justo la que se frustró como salida al franquismo, un nuevo proceso constituyente. Vamos, que el pasado se va a hacer añicos, guste o no guste.