Cuando Juanma Moreno llegó al poder constató con pesar que Andalucía estaba desordenada y las tinieblas se cernían sobre la faz del abismo, pero Huanma dijo haya orden y hubo orden, y vio que el orden era bueno. Más tarde separó las tinieblas de la luz y a las tinieblas las llamó PSOE y a la luz la llamó PP.

Y así sucesivamente hasta que el sexto día inventó la moderación y vio que ser moderado era bueno, pues la tierra que abarcaba su mirada, desde Ayamonte a Garrucha, comenzó a dar sabrosos frutos como nunca pudieron soñar sus desdichados habitantes durante los 37 años de tinieblas.

No es que Moreno sea Yavé, y mucho menos el torvo Yavé del Génesis, pero tiene en común con el dios de los hebreos haber creado un mundo propio donde es el rey partiendo de la nada, pues nada era aquel Moreno del 1 de diciembre de 2018 al que una carambola electoral elevó al día siguiente a los cielos del poder, cuando ya tenía preparadas las maletas para su descenso a los infiernos.

Nuestro hombre tomó posesión del palacio de San Telmo con el nombre de Juan Manuel Moreno Bonilla y ahora ha consguido que todos lo llamen Huanma. Los medios que por pudor estilístico jamás escribieron Pepe Griñán, como quería el infortunado expresidente, nunca olvidan ahora escribir Juanma.

Un burócrata eficiente y cauteloso

Moreno ya brilla con luz propia en el firmamento andaluz. Nunca fue el político más listo de su generación, pero sí el que supo gestionar con mejor maña sus virtudes, la principal de las cuales sería la prevención, definida como la preparación y disposición para evitar un riesgo o ejecutar una cosa.

Su trayectoria en el PP nunca fue la de un hombre desmedidamente ambicioso, sino más bien la de quien, cautamente, se conforma con un mediano pasar bien remunerado en el que lo más importante es afianzar los trienios conseguidos a lo largo de muchos años de eficiente hormiguita en la nomenclatura del partido.

Moreno fue escalando puestos porque era el tipo de político que jamás daba problemas a su partido ni a sus jefes. Aunque no descollara en ellas, rara vez metía la pata en las tareas que le encomendaban. Hasta su llegada a la Presidencia de la Junta nunca fue propiamente un líder, ni siquiera durante los cuatro años que presidió el Partido Popular de Andalucía merced a lejanas intrigas de las que, milagrosamente, él acabó siendo el principal beneficiario. No ha llegado a presidente de la Junta gracias a su liderazgo, sino que ha llegado al liderazgo gracias a ser presidente. No es el primer caso ni será el último.

Pero ese hombre sin brillo ni audacia ha demostrado desde San Telmo lo que ya demostró durante su carrera profesional dentro del partido: que sabe qué hacer para afianzar lo conseguido. Su táctica principal es no pisar callos. En el PP nunca los pisó: en debates del partido como el del aborto u otros nunca se le conoció una posición propia y diferenciada que pudiera incomodar a alguien, pues ese alguien podría ser mañana un padrino determinante en su carrera.

Con buen instinto, como presidente andaluz también ha procurado pisar los menos callos posibles, consciente de que de ello depende en buena medida su continuidad en el trono. Cierto que últimamente ha enfadado mucho a los sanitarios y que los usuarios de la Atención Primaria están insatisfechos, pero está intentando que ni unos ni otros le echen la culpa; en la cola de culpables hay muchos chivos expiatorios por delante de él: la Pandemia, el Pasado, la Financiación, Pedro Sánchez…

Potencia y acto

Cuando Ángeles Férriz le dice a Moreno que es muy de derechas no acaba la portavoz socialista de acertar del todo: dicho en plan aristotélico, Moreno es muy de derechas en potencia pero moderado en acto. Le ocurre un poco como le ocurría al Aznar de 1996, que en aquella primera legislatura gobernó con moderación para, en la segunda y ya con mayoría absoluta, actuar como un gobernante no de extrema derecha pero sí extremadamente de derechas.

La actual moderación de Moreno no es puramente pose, es la propia de un profesional de la política que sabe que eso es ahora lo que toca. Si en un próximo mandato tiene que gobernar con Vox y tener de vicepresidenta de la Junta a Macarena Olona, se hará más de derechas con la misma determinación, profesionalidad y esmero con que hoy lo es menos. 

La carambola de 2018 hizo de él un superviviente y desde entonces actúa como tal. Moreno puede acabar recalando en la derecha profunda no por convicción sino por necesidad. No es que no sea un hombre de derechas, que obviamente lo es, sino que llegado el caso puede sentirse igualmente cómodo en el PP de José María Aznar que en el de Borja Sémper, en el PP del Casado furiosamente anti Abascal que en el PP apenas diferenciado de Vox. Cohonestar todas esas posiciones sin quedar como un falso o un oportunista no es fácil para un ciudadano cualquiera, pero es pan comido para un superviviente.