Uno. No haber calculado que un fichaje como el de Irene Lozano puede ser rentable frente al adversario si y solo si es bien recibido por los de casa.Dos. No haber hablado el asunto con los de casa que pudieran haber estado en desacuerdo con él. Es decir, no haberlo hablado con nadie, pues en los partidos hablar las cosas con quien se sabe que está de acuerdo viene a ser más o menos lo mismo que no hablarlas.Tres. No haber escrutado con cierto rigor las hemerotecas, en las que fácilmente habría comprobado que, como las mujeres fatales de las películas antiguas, Irene Lozano tenía un pasado.Cuatro. Haber confundido la voluntad del secretario general del partido con la voluntad general del partido. Es decir, haber pensado que ser Pedro Sánchez era más importante que ser secretario general.Cinco. Haber escuchado a quienes le susurran que es Felipe González, sin caer en la cuenta de que Felipe González no existe. Hasta el propio Felipe González sabe que Felipe González no existe (y hasta puede que sospeche que en realidad nunca existió).Seis. Desconocer que las primarias que lo alzaron al liderazgo del PSOE fueron, como todas las primarias socialistas, ficticias. De hecho, acabaron siendo ficticias incluso aquellas que inicialmente habían sido verdaderas, como las que ganó Borrell. Tomás Gómez es una autoridad en la materia.Siete. Pensar, un poco puerilmente, que el fichaje de Irene Lozano podría ser determinante en la batalla del 20-D para conquistar las llanuras del centro hoy ocupadas por Ciudadanos.Ocho. Haber hecho una apuesta demasiado arriesgada creyendo que tenía en su mano un valioso póquer de damas cuando en realidad solo tenía una triste pareja de doses.Nueve. No haber imaginado, siquiera remotamente, algo tan fácil de imaginar como que el fichaje de Lozano enervaría quienes sí tienen el poder real, efectivo y verdadero en el partido.Diez. Desconocer, en fin, dónde está –ahora, todavía y al menos hasta el 20-D– el poder real, efectivo y verdadero en el partido.