Comenzaron no frías sino a temperatura ambiente, pero se han ido calentando a medida que pasaban los días y quedaba certificado que no habría lista de unidad. Y no la habrá porque tanto Pablo Casado como Soraya Sáenz de Santamaría han echado cuentas y creen que pueden ganar, aunque lo cierto es que no hay un claro favorito. Ni puede haberlo: el restringido cuerpo electoral de algo más de 3.000 votantes es impermeable a toda prospección demoscópica.

La emboscada

Quienes redactaron el reglamento de primarias del PP no estuvieron, ciertamente, demasiado inspirados: la doble vuelta que imaginaron como una garantía de estabilidad se ha convertido en una emboscada que el partido se ha tendido a sí mismo y de la que difícilmente podrá salir ileso. Lo único que le cabe es reducir cuanto pueda los daños colaterales, pero en ningún caso evitarlos.

El cauteloso sistema de primarias ideado por los cráneos privilegiados del aparato del PP ya había evidenciado con anterioridad sus carencias en varios congresos locales, y muy significadamente en el celebrado en Jaén el año pasado, cuando el candidato ganador en voto popular fue derrotado en la segunda vuelta por los compromisarios. Tan paradójico desenlace desató en la organización provincial una crisis fratricida que todavía dura. España no es Jaén pero se le parece.

Cierta clase de pólvora

Nadie sabe a ciencia cierta qué ocurrirá en la votación de este sábado. Las cuentas que los equipos de ambos candidatos filtran a los medios no son fiables: ellos lo saben y los medios también. El voto secreto es un arma cargada por el diablo con una clase especial de pólvora llamada libertad y hasta ahora completamente desconocida en los congresos del PP.

Es como si de pronto el partido se hubiera visto obligado a hacer una revolución que no estaba en sus planes: quienes la protagonizan son 3.082 compromisarios que, como tantas veces ha ocurrido en otros congresos de otros partidos, han prometido votar una cosa pero perfectamente podrían votar otra sin correr riesgo alguno.

Y en eso llegó Aznar

Tras la ajustada victoria de Santamaría en el voto de los afiliados, nadie previó que el clima interno se iba a envenenar hasta el punto en que lo está haciendo. El factor determinante ha sido la entrada en escena de un José María Aznar cuyo embarazoso protagonismo, aun sin estar invitado al congreso, no figuraba en el guión oficial.

El rencor político y personal que el expresidente siente por Mariano Rajoy se ha trasladado al cónclave para polarizarlo hasta el límite de que muchos de quienes voten por Santamaría lo estarán haciendo contra Aznar y muchos de quienes voten por Casado lo estarán haciendo contra Rajoy. Los equipos de ambos candidatos así lo dejan traslucir y así lo están interpretando todos los observadores.

Si es tan difícil pronosticar quién puede ganar es porque también lo es saber con qué criterio votarán los congresistas: si buscan el rearme ideológico y un cierto regreso a las nostálgicas certezas del aznarismo, su candidato es Casado; si buscan fortalecer la institucionalidad y huir de las aristas y los sobresaltos, su candidata es Santamaría.

Teoría y práctica

En teoría, Sáenz de Santamaría vendría a ser el ala centrista del partido mientras que Casado se situaría en la franja ideológica más dura, en sintonía con el aznarismo cuya herencia reclama. En una entrevista en Onda Cero esta semana, la exvicepresidenta decía: “Las elecciones se ganan ocupando todo el centro político, todo el centro derecha, no podemos irnos a una esquina”. La esquina es Casado, claro.

Pero eso es solo en teoría, pues no cabe decir que en la práctica los gobiernos de los que Santamaría ha sido vicepresidenta hayan hecho políticas de centro. Lo que sí han hecho con gran pericia Rajoy y los suyos desde 2011 ha sido simular que practicaban un grado cero de la ideología que estaba muy lejos de ser real.

En esa órbita marianista identificada con la gestión más que con la ideología, Santamaría ha demostrado ser una alumna aventajada durante la campaña de primarias, en la que ha sido raro escucharle pronunciamientos de matriz abiertamente ideológica, algo que en cambio sí ha hecho con insistencia su adversario Pablo Casado.

Un pasado al acecho

En todo caso, más importante que cómo gestione el ganador el futuro del partido tal vez sea cómo gestione el pasado. Un pasado que se llama Gürtel, Bárcenas, caja b, mordidas, tarjetas black, sobresueldos…

Soraya ha sido la única dirigente del PP de primer nivel que ha hablado claro sobre ese pasado, al menos en lo relativo a su persona: “En mi puta vida he cobrado un sobre y lo podéis poner así”, decía a un grupo de periodistas en 2014. Ni Rajoy, ni Aznar, ni Arenas, ni tantos otros miembros o inspiradores de una candidatura u otra podrían pronunciar una frase como esa sin que les salieran los colores.

Otra cosa bien distinta es que Santamaría, si gana, obre en consecuencia y trace una clara línea roja en relación con el pasado: poco probable teniendo en cuenta que su camino a la victoria lo habrían asfaltado dirigentes –como Javier Arenas– que estaban en la sala de máquinas del partido cuando ocurrió todo lo que ahora los tribunales están demostrando que ocurrió.