O Inés Arrimadas no entiende de política o es mucho más de derechas de lo que la gente pensaba. Pocas veces un partido habrá tenido tan a la mano redimirse de los errores que lo habían situación al borde de la desaparición.

Tras el batacazo del 10 de noviembre, lo que había quedado del partido fundado por Albert Rivera y prestigiosos nombres de la sociedad civil y la academia tenía una oportunidad de rectificar el fatídico rumbo que ya una vez lo había estrellado contra los acantilados: le bastaba simplemente administrar con un poco de sentido común los 10 diputados que se habían salvado del naufragio.

¿Cómo? Alineándolos en la abstención durante la sesión de investidura de Pedro Sánchez. Además de haber evitado que el Partido Socialista se apoyara en el independentismo catalán para hacer presidente a Pedro Sánchez, con su abstención Ciudadanos le habría hecho un favor al país y un favor a sí mismo.

Al país, al erigirse en árbitro de las dos Españas que ayer se enfrentaron a cara de perro en el Congreso, permitiendo que gobernara el único partido que está en condiciones de hacerlo aun cuando su alianza con Unidas Podemos no sea del agrado de los naranjas; la política consiste en eso: en hacer determinadas cosas no porque sean las mejores, sino porque son las menos malas.

Y un favor sí mismo porque la única posibilidad de supervivencia que tiene Ciudadanos es volviendo a ser Ciudadanos. Paradójica e incomprensiblemente, ayer desaprovechó esa oportunidad: lo que se vio en el Congreso fue a una Inés Arrimadas desencadenada, con un discurso ultraespañolista imposible de diferenciar de los defendidos por Vox o el Partido Popular.

Rivera hirió de muerte a Ciudadanos, Arrimadas está acabando de matarlo y las dos derechas que queden vivas se ocuparán gustosamente de los trámites de su entierro.