En una reciente entrevista en Canal Sur Televisión, le preguntaron al cardenal y arzobispo emérito de Sevilla, Carlos Amigo Vallejo, si existía el infierno. El arzobispo contestó que no había duda de que el infierno existe, pero no se sabe con seguridad si hay alguien en él.

Sea cual sea el significado de la enigmática respuesta de Amigo Vallejo, si el infierno admite huéspedes uno de ellos será muy posiblemente el autor del libro ‘Iglesia SA’, Ángel Munárriz, portador de no pocas papeletas para que, tras la muerte, le toque ese Gordo al revés que es el infierno, aunque siempre, eso sí, que el tribunal que dictara sentencia estuviera compuesto por obispos españoles, quienes además tendrían decidir en conciencia: ¿mandamos a este rojo al infierno por haber desacreditado a la Iglesia de España o lo enviamos al cielo por haber dicho la verdad?

El dilema

Editado bajo el sello de Akal, ‘Iglesia SA’ es un libro descreído, pero no sacrílego. No va contra Dios ni contra los creyentes católicos sino contra una Iglesia que, ante la encrucijada de ser santa o ser poderosa eligió lo segundo a costa de lo primero. Digamos que con la elección de Juan Pablo II o de Benedicto XVI la Iglesia habría optado por ser poderosa, mientras que con la elección de Juan XXIII o Francisco I habría optado por ser santa.

Y no creamos los descreídos laicos que este es un dilema en el que se encuentra atrapada únicamente a la Iglesia: es un combate interior que siempre acaban manteniendo todas las instituciones consigo mismas: es el combate entre ser santas y ser poderosas, el combate entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad, el combate entre hacer lo que hay que hacer pero a costa de sacrificar poder o no hacer lo que hay que hacer pero a costa de sacrificar la ética.

El caso de la Iglesia es singular: dice ser la más santa del mundo y simula con gran habilidad no estar interesada en el poder ni en el dinero. Munárriz demuestra en su libro que esto último, sencillamente, no es verdad.

Paradójicamente, el periodista de InfoLibre viene a mostrarle a la Iglesia española el camino de la santidad. ¿Cuál es ese camino? Sencillamente, no seguir viviendo del Presupuesto público. Si pudiera contestarle al autor, la Iglesia le diría que bueno, que sí que es santa, pero que tampoco tanto, ¿verdad?

El marco

Ahora bien, como escribe en el capítulo final, titulado no sin su toque sacrílego ‘Apocalipsis’, su trabajo quiere ir más allá del “típico gritito de progresista escandalizado” para poner el foco, cito textualmente, en “algunas vías para que la actividad económica de la Iglesia se desarrolle sin lesionar la esfera pública, que es lo verdaderamente relevante desde el enfoque de un ética pública”.

El autor propone escapar del marco ‘católicos/anticlericales’, en el que a la Iglesia le gusta situar la discusión. En realidad, somos un país no excepcional pero sí un poco raro: quedan muchos clericales entre nosotros, pero apenas existen los anticlericales propiamente dichos, que han sido sustituidos por los indiferentes. Un fenómeno que los clericales camuflados de tolerantes demócratas aprovechan para trincar la pasta sin que nadie diga ni mu.

Y no solo dice ni mu el PSOE, que ya sabemos que siempre propone derogar el Concordato cuando está en la oposición y, con todo el santo morro, reniega de su promesa al llegar al Gobierno. En realidad, tampoco dice ni mu el resto de la izquierda; es decir, dice un poquito más que el PSOE pero lo que dice tampoco llega a mu. ¿O alguien recuerda que en las últimas elecciones generales se haya siquiera mencionado no ya la cuestión religiosa, sino la cuestión de la financiación pública de la Iglesia?

La clave

Sugiere Munárriz que la clave de bóveda de todo esto, y el libro así lo documenta, son los acuerdos de 1979 con la Iglesia, formalmente postconstitucionales pero materialmente preconstitucionales. La batalla política, escribe el autor, hay que darla contra ese ‘Concordato bis’, que es “donde realmente reside la fortaleza de la Iglesia y su estatus económico, educativo y simbólico”.

Titulado ‘Iglesia SA’ y subtitulado ‘Dinero y poder de la multinacional vaticana en España’, el libro de Munárriz tiene mucho de investigación y bastante de paciente recopilación. ‘Iglesia SA’ es en gran medida una compilación en la que se almacena, sistematiza, revisa, actualiza, amplía y condensa todo lo que se conoce sobre los mecanismos –culturales, institucionales, fiscales, notariales…– utilizados por la Iglesia para captar recursos públicos del Estado en cantidades asombrosas y, lo que tiene más mérito, a la vista de todo el mundo.

Para investigar, compilar y sistematizar hay que tener buena mano, y el autor la tiene la tiene. Buena mano para buscar nuevos datos, buena mano para ordenar y jerarquizar los datos ya sabidos y buena pluma para que el lector disfrute con sus páginas. Ahí, sin embargo, en la buena pluma, es donde cabe augurar la perdición del autor: al estilo se agarraría, llegado el caso, el tribunal eclesiástico para dictar su sentencia en el juicio final.

El estilo

Recordemos el viejo chiste del tipo que decía “en realidad, no me molesta que me llamen hijoputa, lo que de verdad me molesta es el tonillo”. Pues bien, lo que en materia de chistes se llama tonillo, en materia de escritura se llama estilo. En ‘Iglesia SA’ hay una voluntad de estilo que, si bien puede costarle el infierno a su autor, convierte su lectura en algo tremendamente grato. Sus páginas están llenas de adjetivos sorprendentes, de simetrías conceptuales, de retrancas, de juegos de palabras, de frases que son el reverso de otras, de aliteraciones muy bien traídas, de ingeniosos suspenses mostrados antes de entrar a matar, como sucede en este párrafo:

“Un momento, ¿he dicho que en las altas esferas de la Iglesia no se desautorizan unos a otros? Quizá me he precipitado. En España sí hay un obispo con dificultades para hacerse respetar por los demás. El obispo de Roma, concretamente. El papa”.

Igualmente, conviene no perderse el sugerente capítulo dedicado a la Cajasur que durante años presidió el cura Castillejo, de quien el autor rescata la leyenda según la cual don Miguel era capaz de mondar los langostinos con una sola mano. El capítulo acaba así: “Castillejo. Un cura, un banquero. Y un verdadero maestro pelando marisco”.

Justamente eso es lo que el del chiste llamaba tonillo, lo que los lectores llamamos estilo y lo que, el día del juicio final, el tribunal de obispos de ultratumba llamará prueba de cargo o indicio delictivo antes de pronunciar su sentencia: ¡Al fuego con él!