Los facultades de Derecho, de Ciencias Políticas y de Sociología del futuro deberían incluir en su plan de estudios una asignatura que se llamara ‘Juez Francisco Serrano’, el nombre que vuelve a la actualidad tras conocerse ayer que otro juez ha ordenado su procesamiento bajo la acusación de fraude de subvenciones y estafa. Su historial impresiona: ha impartido jusiticia, ha sido condenado por ella, ha entrado en política por la puerta y ha salido de ella por la ventana, ha sido paladín de violadores y martillo de violadas, ha alzado su voz contra la delincuencia de guante blanco y será juzgado por delinquir falseando papeles...

Muy alabado por la prensa de derechas por saltarse la ley en favor de un padre que quebrantó el régimen de visitas de su exmujer para que al hijo de ambos saliera de paje en la Semana Santa de Sevilla, Serrano fue condenado por prevaricación. Más tarde, el juececillo valiente se metía en política de la mano de Vox; salía elegido como parlamentario autonómico; era apartado más tarde por su propio partido ante la embarazosa circunstancia de que el grado de machismo y homofobia de su diputado era insoportable incluso para un partido machista y homófobo como Vox; decidía cambiar la política por los negocios; y finalmente volvía a las andadas de saltarse la ley, y no el Código Civil como cuando lo del niño cofrade, sino el Código Penal por acceder con engaños a una sustanciosa subvención estatal de 2,4 millones de euros para montar una fábrica de pelets que nunca montó (la liebre la levantó Rubén Sánchez desde FACUA y la noticia la adelantó Ángel Munárriz en InfoLibre).

En el caso del niño nazareno el juez puso sus convicciones ultras por encima de la ley y pagó por ello. Fue condenado a dos años de inhabilitación como juez, el Tribunal Supremo elevó a la condena a diez y, por último, un muy dividido Tribunal Constitucional tres votos contra dos de su Sala Primera– enmendó al Supremo y la rebajó de nuevo, despejando el camino para que Serrano volviera a la judicatura. 

Vox no vio inconveniente alguno, más bien todo lo contrario, en fichar como cabeza de lista por Sevilla a un juez que había delinquido por una sagrada causa como la Semana Santa, pero sí entendió que prevaricar era una cosa y querer robar otra muy distinta. Quien encabezara con éxito el cartel de los ultras andaluces en 2018 es hoy un apestado. Como había sido durante muchos años juez y los jueces suelen ser cuasi intocables –como a la postre demostraría una vez más la benévola sentencia de un Tribunal Constitucional fiel la doctrina de que ni perro come perro ni juez come juez–, Serrano se vino arriba y pensó que podía timar impunemente al Estado. 

Del mismo modo que, en su día, no le cupo ninguna duda de que sus elevadas convicciones morales estaban por encima de algo tan pedestre como el Código Civil o tan intrascendente el derecho de custodia de una madre medio atea, cuando pidió la subvención millonaria diciendo que contaba con una maquinaria que solo existía en el formulario que remitió al Ministerio de Trabajo, tampoco le cupo duda alguna de que si había sido capaz de doblarle el pulso a todo un Tribunal Supremo, no tendría dificultad en escamotearle información a unos funcionarios gubernamentales que jamás serían tan listos como él. 

Tras un tiempo indeciso, primero cambió la justicia por la política, después la política por los negocios y finalmente los negocios por el saqueo. Es pronto para saber si será condenado, pero no para estar seguros de que jamás le compraríamos un coche usado.